Relatos vieneses de nuestra vida : 'Una ciudad bordada a mano'

Vuelo en el Palacio de Schönbrunn. - Fuente: FJZD - Archivo. 

Un hilo prende del guante de la mano derecha en el momento en el que la izquierda ajusta el gorro sobre la cabeza. La oscuridad se ciñe sobre el color negro de aquellas prendas en un clima todavía más apagado. Las luces del metro no alcanzan a iluminar ese pequeño punto estratégico en el que se focaliza la atención de una sola persona de los dos millones de la ciudad.

La escalera mecánica truena mientras se esfuerza por hacer ascender a aquellos que vienen desde lo más bajo, desde el corazón, desde donde no se observa nada. El hueco a la izquierda para los que tienen prisa se abre tan rápidamente como las personas comienzan a colocarse en la salida de la Stephanplatz. Una repentina ráfaga de viento hace que el hilo cobre vida, que altere su lugar natural, ese en el que se había acomodado. Al salir a la superficie, la luz le inunda, y no queda oculto como lo había hecho segundos antes. Cientos de turistas, de residentes, de transeúntes al fin y al cabo, pululan por los alrededores de la catedral, admiran las luces navideñas y se dirigen el uno al otro, sin excepción, una sonrisa.

El lienzo es el centro de Europa, y la pintura son sus personas, sus decoraciones, su cultura. Podría estar presente Klimt con su beso, pero este queda sustituido por el de multitud de parejas que lo emulan frente al Belvedere. Es cierto que faltan tonos blancos para darle mayor brillo a una obra de arte que podría exhibirse en el Albertina, pero Schönbrunn ya se encarga de aportar el contraste entre el hielo y la fastuosidad de una residencia veraniega deliciosa para el invierno. Sí, porque para verano está el blanco de verdad, el que representa la frialdad y la calidez de una ciudad que es desconocida para muchos, pero amada por todo el que la ha presenciado.

Las imperiales puertas del Hofburg se cuentan con los dedos de una mano, pero siguen impresionando más en cada ocasión que se presencian. Cada una trae consigo su propia historia, su leyenda más interesante y digna de ser mencionada, ya sea por una guía especialista con sello estatal o por un audio en el que eliges tú el idioma. La familia que más poder pudo tener en Austria cede su vivienda al disfrute del turismo, de aquellos que desean conocer, sin importar el lugar en el que vivan, cómo pasaban sus días en la ciudad de los reyes.

No sorprende, pues, que el hilo termine por desprenderse. El guante, ajustado a las manos no cesa de enfriarse paso a paso. A las cuatro de la tarde ya ha caído la noche, y no hay hueco para más que para agazaparse en una esquina cualquiera, con un café cualquiera, bajo un techo cualquiera. Las marcas que marcan la diferencia entre el primer y el segundo mundo se abren paso en la calle principal de la ciudad. En sus callejones se esconden pequeñas cafeterías, con Sacher clandestinos, con cafés que imitan el sabor del verdadero. Sin comprender si una será mejor que la otra, ni si la otra será mejor que la una, la más barroca es la que siempre se elige.

Como el que tira una moneda y cae de canto, el turista da con el objetivo que buscaba, y si no, dirá que lo ha encontrado. Así, se introduce en los museos que cree que le aportarán algo más a su conocimiento, que lo nutrirán de saber para el resto de sus días, para trasladárselo a sus seres más allegados a la vuelta de ese recorrido por el viejo continente. Los 200.000 libros de la Biblioteca Nacional no pueden ser leídos, pero más de uno ha querido descargarlos de Google, misma sensación que han tenido todos los niños en el Museo de Historia Natural frente a la recreación de dinosaurios.

Pese a que la sensación térmica sea de -4ºC, el gorro parece molestar por momentos. La mano derecha es la que se encarga de colocarlo en el lugar adecuado, de darle forma y orden. La tela del guante se funde con la gris del gorro que nunca utiliza uno en su casa, pero que siempre porta cuando sale de ella, cuando conoce mundo. Las corrientes de 35 kilómetros por hora de viento que tienen lugar durante esos instantes no permiten demasiadas fotografías, pero sí una estampa perfecta. La Ópera, el Ayuntamiento, el Parlamento. Michaelerplatz y Ringstrasse. Todo unido, todo congeniando.

Por escenas, el cuadro ya puede decirse que está terminado. Por escenas, el cuento puede que llegue a su fin. Otra cosa es lo que ocurra en la realidad. La realidad de Viena es otra, una muy distinta de la que nuestros ojos nos presentan, de la que nuestra costumbre nos muestra. La realidad de Viena se encuentra alejada de todo ideal que queramos intentar asimilar a ella.

Viena es arte, es poesía, es amor, es vida. Viena es la única ciudad en la que cualquiera afirmaría que se encuentra viviendo sueños. Viviendo una ciudad bordada a mano. 

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