Historias del periodismo: ''Veinticinco años del malparido''

Portada del diario El País el 3 de diciembre de 1993

‘‘Desde el tejado todo se ve tan quieto que podría decir que incluso está parado. El paisaje se ve claro. Lo describiría como paraíso, pero creo que el paraíso es algo más, es otra cosa. Ahora estoy tranquilo, como el cielo.

            Quién diría esto de mí. Después de ganar tanta plata como para enterrar a esta puñetera ciudad con billetes de cien dólares, me siento relajado. Ojalá pudiera volver a seguir dándole a esa máquina que me daba miles sin descanso, que me localizaba los puntos de entrega, me traía plata a casa y me permitía comprar un carro nuevo. Ese Mercedes, cómo lo amaba. Cómo lo amábamos todos en casa, y cómo hacíamos para que hubiera cientos de ellos.

            Recuerdo hacer pobres a los ricos, y ricos a los pobres. Tenía un proyecto para ser el líder de mi país, el líder de un negocio que siempre encabecé desde el primer cargamento que mandé a Miami. Y luego para que digan que no les fui agradecido. Compré casas a patadas, regeneré barrios. Hice de la Colombia de mierda una Colombia fuerte, libre. Pero todas estas paparruchas se terminan enterrando bajo la misma frase. Y es que, ya lo decía el compadre Márquez, 'los viejos entre viejos, somos menos viejos'. Los pobres no destacamos por encima de nadie si estamos todos juntos. 

            Sí, yo fui pobre. Soy y seré la persona que fue pobre que más dinero ganó en su maldita vida. Nadie acumulará más plata que la que yo conseguí en un solo día cuando las cosas iban como tenían que ir. Nadie se creará su propia cárcel, ni su puta casa, más grande que lo que podéis imaginar. Nadie tendrá aviones para él, ni representará a una generación completa. Nadie dejará más huella que la que yo dejé aquí. Nadie.

            Me hice de oro vendiendo a esos hijoeputas lo que pedían. Los americanos cabrones reclamaban cocaína como si les fuera la vida en ello. Me la pagaban bien. Me daban la plata que valía, y yo como buen patrón les daba de buena calidad. No podían parar de meterse por mucho que quisieran. Al principio solo fueron unos kilitos, pero luego se nos fue de las manos y mandamos cientos de toneladas. No sé cuánta mierda había en esas avionetas o en esos camiones. Lo único que sé es que cada vez más gringos seguían comprando.

            Qué me gustaba la puta plata. Nada me hizo más feliz que montarme en el helicóptero, construirme casas para pasar un día en ellas e irme para no volver. Nada, ya os lo digo. Sin embargo, lo que peor llevé fue el jodido trámite de ese gobierno que no quería una Colombia libre. Los encocados americanos y los otros narcos colombianos me hicieron la vida imposible. Y, por si faltaba algo más, parió la abuela. Los mexicanos me comieron la tostada y dejé de ser el rey.

            El negocio se fue viniendo abajo, y tuve que meterme en sitios que no quería. Maté. Ya había matado antes, pero ahora era una necesidad. Fueron tiempos duros. Todos huimos como pudimos, escondimos la plata donde tenía que estar y corrimos a refugiarnos de lo peor que podía ocurrirnos. Nos esforzamos por mantener el imperio de la coca, pero se nos terminó viniendo encima.

            Así estuvimos hasta que llegamos aquí. A esta casa. Hasta que nos pegamos de frente contra la puta pared de la realidad. Pensé que todo era verdad, pero fue mentira; fue un sueño.

            Un sueño de mierda. Un sueño de putos gringos. Un sueño de mi plata. De los hijoeputa gonorrea que estuvieron a mi lado y que hoy se han ido. Un sueño de impotencia, de querer jodernos. De hacer que nos pudramos, no ya en una cárcel, sino en una caja de pinos’’.


Pablo Escobar falleció abatido el 2 de diciembre de 1993, después de una persecución intensa por parte de la DEA estadounidense. Su recuerdo se mantiene eterno por el legado que dejó tras de sí. Su figura, aún cuestionable, revive en estos años gracias a producciones cinematográficas y series que narran su historia.

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