Historias del periodismo: Gracias por formar personas periodistas, Fernando

Fernando junto al GR3 de Teorías de la Comunicación el 22 de diciembre de 2017. 

Son las 8 de la mañana de un viernes de diciembre de 2017. Leo una revista de Trail Run, concretamente el último número del año. Llegué hace diez minutos, y no había apenas coches. Nunca los hay a estas horas. Bueno, si pasamos por encima el del guarda del Aulario y el de la profesora que ha llegado antes que nadie, podemos incluso decir que no existe vida en este espacio. 

Paso las hojas de mi revista conforme voy ojeando reportaje a reportaje el trabajo pulcro de aquella publicación memorable de carreras por montaña, del resumen de los doce meses. Unas luces me deslumbran cuando llego al ecuador. Se colocan detrás mía. Tengo las manos congeladas, y esta iluminación me hace ver que las heridas del frío siguen apareciendo. El cuarto de los coches aparca detrás mía. Cierra las luces y saca también un conjunto de hojas. Observo y dejo de lado lo que leía. Creo que sé quién es. 



Sobre la mesa de clase, a la izquierda de la zona de la izquierda, espero pacientemente al dictado de los apuntes. Otro viernes que llega, otro viernes que se va. En fin, a esto es a lo que vinimos a esta universidad. Yo quería ser periodista, pero no copiar como un maldito condenado. Siempre bailando sobre las teorías de Neumann o de Adorno, que quién sabe si tenía o no complejo navideño por su nombre. Siempre con esa maldita vuelta de tuerca que le da a las cosas simples y sencillas de nuestra vida la asignatura de Teorías de la Comunicación. Siempre con alguien que nos lo ponga un poco más fácil. 

Y es que, no puedo quejarme. Me dan machacados los apuntes. La primera semana me leí el texto de un tipo que ni siquiera su perro le reconocía, pero de poco sirvió. Creo que este profesor hizo que comprendiera mejor el sentido de lo que hacíamos dentro de estas cuatro paredes. Desde hace dos meses, podemos decir, con soltura, y sin ningún tipo de tapujos, que él es quien nos cautiva, quien nos hace sentirnos parte de algo. Solo él nos hace sentir periodistas. 

Entre tecleo y tecleo son las pocas cosas que pienso. Me llueven características de La Espiral del Silencio, la cual tengo clara que elegiré en el examen de Teresa. Me llueven pequeños recuerdos del semestre, aunque sean leves, lejanos, difíciles de permanecer en mi memoria. Aquel primer día en el que todo se presentó como oscuro, él llegó y nos enseñó la luz, casi como de modo metafórico me mostró las heridas del frío. No diría que fue un Dios, porque no creo en exceso en ello, pero podría asemejarse. Nos iluminó con su cercanía, con su facilidad para adentrarse en nuestros corazones. En definitiva, nos hizo sentir alumnos, y no esclavos de su saber. 

Esas cosas son las que siempre echaba en falta en cada clase. Había pocos profesores que nos hablaban de tú a tú aunque estuvieran dirigiéndose a treinta personas. Él buscaba nuestro contacto, siempre lo hacía. Él se comunicaba contigo sin ni siquiera mirarte, porque todos deseábamos que lo hiciera. Él y solo él fue capaz de poner una sonrisa a toda una semana de lunes a jueves machacada por apuntes, trabajos o nervios. Porque allí habíamos llegado como niños de instituto, y por su experiencia podríamos salir como periodistas. Y no unos cualquiera, sino unos a los que había formado como personas. 

La frase de Kapuscinski que representa a nuestra Facultad nunca miente. Lo comprendo en estos momentos en los que sigo tecleando en el ordenador. ''Para ser buenos periodistas, primero hay que ser buenas personas''. Creo que su desempeño de más de 30 años para esta profesión dejaba bien claro que era el prototipo a seguir. Porque es cierto que existían grandes profesionales en esos departamentos, pero ninguno llegaba a cogernos de la mano, hablarnos de tú a tú y decirnos sin problema alguno: ''soy tu amigo, no tu profe''. 

Creo que es único este tipo. Es único por todo lo que nos aclara, por hacernos crecer como grupo y como hermanos. Creo que es único por todo lo que nos regala en cada hora que pasa junto a nosotros. Es único porque ''si no se cae la Catedral'' sé que seguirá estando junto a nosotros. 



Habla sobre sus días en Diario Sur, su casa. Mira al frente y comenta algo que sucedió la semana anterior, la de las luces de Navidad. Tras él se expone un Power Point con fotografías de la redacción del periódico. ''Alquilamos un ático y desde allí hicimos las fotos. No os podéis imaginar lo que habían pagado unos extranjeros para estar allí todo el verano. Qué ganas tengo de que vengáis algún día a la redacción''.  

Levanto la mano y soy directo: ''Fernando, ¿podemos ir de verdad?'' 

Como siempre, con una sonrisa, tomando mi mano desde la distancia, con un contacto visual tan leve como penetrante, contesta: ''Por supuesto, esta es vuestra casa''. 

Sonrío. Qué puedo contestar a ello. Nos miramos ilusionados. Nos ha abierto las puertas de conocer donde probablemente trabajaremos en un futuro. Nos sentimos orgullosos. Él nos anima a seguir, a ser aquello por lo que luchamos cada mañana con cada despertador apagado, con cada madrugón contundente, con cada ápice de pasión que le pongamos. 

''En mi corazón tienes la tuya'', pienso. 

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