Historias del Periodismo - ''Orgulloso de ser un autocensurado periodista''

La 3300 con el 18-55 de serie y un periodista jorobado fotografían la SIPA, un lugar en el que conté de todo menos lo que allí ocurrió


La profesión periodística requiere de dos pilares: no buscar intereses y partir de un planteamiento en el que todas las personas somos iguales. Ser un profesional de la comunicación tiene como puntos principales estas máximas, guste o no. Qué mejor día para decirlo que un 3 de mayo, cuando, ante todo, se demanda libertad, una de esas palabras con las que se nos llena la boca tan rápidamente que ni siquiera sabemos su significado.  

            No hablaré de intereses de empresas, de congregaciones variadas acerca de lo que mueve el periodismo, porque eso parece pertenecer a las teorías rancias universitarias. Que esta profesión está contaminada no es nada nuevo, que los que en ella trabajamos nos ceñimos en muchas ocasiones a lo que la línea marca, tampoco. Es por ello por lo que creo absurdo seguir poniendo el foco en este punto tan sumamente estúpido que lanza la patata caliente de unos a otros, quitándonos de encima, precisamente nosotros, la profesionalidad.

            Sí, duela lo que duela, la peor parte es la que nos toca ejercer como especialistas en la materia. Es cierto que la libertad de expresión juega un papel esencial al haber sido vetada en países del oriente próximo, e incluso en regímenes distintos al resto como en Corea del Norte, pero no dejan de ser trabas legislativas que prenden de otros intereses y en las que no tenemos influencia. El problema es que nosotros creemos tener una libertad que no existe, pese a que la ley marque lo contrario. Nosotros sí que llevamos a cuestas aún un tipo de periodismo sumiso de poderes económicos o políticos, que, por mucho que los obviemos, siguen controlándonos.

            No descubro nada con estas palabras, y soy plenamente consciente de ello. Aquel que lea lo que aquí propongo y tenga una formación media en el ámbito del periodismo sabrá perfectamente a qué me refiero, y el que no la tenga, no tardará en percatarse de ello. Mi intención no es solo plantear el problema y dejarlo estar, al estilo casposo del profesor que conoce todo lo que los dinosaurios dejaron a su paso por la Tierra y sigue empeñado en revivir el ‘papel’, sino mostrar una solución que pasa por mí primero y por el resto después.

            Es difícil, y se aleja de toda propuesta sensata que se pone sobre la mesa en un periodismo regulado por el jefe que nos contrata en una redacción, pero nuestra clave está en contar absolutamente todo. Me percaté de ello en las escasas oportunidades que tuve de colocarme dentro de organismos, de organizaciones de eventos, de colectivos específicos que existen en nuestra sociedad. En esos momentos en los que el conocimiento colectivo es superficial es cuando el periodista debe sacarle jugo a la cuestión, y no limitarse a la cobertura liviana y sencilla de un aspecto concreto. No. Nuestro cometido es darle la vuelta a lo que allá acontezca. La clave nunca estará en contar lo que allí suceda, que también es parte relevante de nuestro trabajo y no podemos obviar, sino en crear una narración que incluya algo que trascienda, que vaya más allá. Porque cualquiera puede contar, pero no todo el mundo sabe sacar lo especial de un acontecimiento.

            Es por ello por lo que intento demostrar en cada uno de mis trabajos para los medios en los que a día de hoy me encuentro algo diferente. Sí, cubro deportes, cultura, en ocasiones política, pero siempre desde otro punto de vista distinto que me haga llegar hasta el maldito fondo de la cuestión para conocer perfectamente de qué se trata, quiénes son esos protagonistas y por qué yo estoy entrevistándoles. Es cierto que la falta de formación me lleva a cometer errores graves, pero esta forma de encarar la realidad no suele fallarme, mucho menos cuando lo que cuento es lo que los testigos plasman con palabras.

            Lo dije anteriormente: no descubro nada. No pretendo descubrir nada. No soy un teórico, ni un erudito, tan solo un simple periodista, o quizá, todavía, ni siquiera eso, ya que la Universidad de Málaga me obliga a pasar dos años más bajo su techo de cristal. Soy lo que siempre he sentido y he tratado de demostrar en cada paso que he dado en esta preciosa profesión: un contador de cosas distintas. Cosas que no trascenderían más allá si no fuera porque le hubiera plantado ese micrófono delante de sus labios a una persona, o que no hubieran salido a la luz si no hubiera enviado aquel correo. Cosas que no van de acuerdo con ningún interés político, con ningún interés económico, ni siquiera con el mío (he cobrado menos que un voluntario en estos 7 años de ‘periodismo’), pero que nunca han buscado intereses personales más allá de que el beneficio de ese trabajo fuera común.

            Puedo decirlo sin miedo: me siento orgulloso de ser periodista y de no estar sometido, ya que la única censura que tengo es la que yo quiera establecerme. O quizá, ni siquiera esa.

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