Crítica Una Columna de Fuego - ''Reza como yo quiero que reces''

Jehová guía a los humanos con una columna de fuego de noche para ver la luz (Google)

Podríamos haber llamado así al libro y no hubiera pasado nada. La última entrega de Ken Follett ha dejado atrás la esencia de Los Pilares de la Tierra y de Un Mundo Sin Fin, eso ha quedado bien claro. Se acabaron las anécdotas de seres humanos corrientes que no aspiran a más que a vivir una vida de desesperación hundida en la miseria. A cambio, nos trae una batalla de reyes y religiones. Algo clásico, algo pasado. 

El cero está claro 

Sí, está pasado de moda hablar de reyes. Porque en el instituto ya tenemos bastante con ellos, ya tenemos suficientes cabezas cortadas como para que me vuelvan a mostrar la de María Estuardo. Todos conocemos esas historias, sus idas y venidas, y no creo que fuera necesario incluirlas en el libro. 

Si hubiera prescindido de ellas, tal vez habría sido una historia mucho más memorable que habría dejado entrever el drama de las religiones en el pueblo, olvidando las de los reyes, que solo son importantes por nacer de una vagina con diamantes. Sobra, totalmente, cada charla con la reina de Inglaterra o de Escocia (no pongo mayúscula a ''reina'' porque no creo que merezca mayúscula. A mí cuando me dicen ''alumno'', nadie me la pone), cada maquinación de plan que finalmente cae, pero lo cierto es que para llenar 935 páginas, se hace necesario. 

El diez, también 

Por otra parte, considero importante la aparición de la Matanza de los Hugonotes, algo que no se suele estudiar en exceso en las escuelas, y que, personalmente, es la mejor parte del libro. Solo con ver la forma en la que se prepara todo, o en la que Ken nos lo prepara todo, podemos darnos por satisfechos. 

Esa historia de las religiones partidas es lo que da vida al relato, lo que nos hace darnos cuenta de que, después de 1500 años, por fin a alguien se le ocurrió que tal vez el libro que estaba leyendo podría ser interpretado de otra forma. Gracias a dios (tampoco le pongo la mayúscula por lo mismo de arriba), o a lo que quiera que le recemos los que creemos en el destino, una tipa o un tipo se dio cuenta de que llevaba toda su vida leyendo el mismo libro. Como si yo no parase de darle vueltas a 1984 y me hiciera una religión de este cuento. 

Sylvie rezaba como todos los que leíais la Biblia en latín 

Sylvie, el símbolo del protestantismo de la narración, es una creyente. Al igual que todos los que creían en dios a su manera, bien o mal vista. La guerra de las religiones era una excusa para que no existiera un estado que tuviera rivalidad con la Iglesia Católica, y mucho menos con el Papa, que por aquel entonces tenía la misma bondad que Adolf Eichmann (un señor que firmó la creación de los campos de exterminio nazi). 

¿Y por qué tenía miedo? En el deporte, cuantos más competidores haya, mejor es ser el mejor. La victoria sabe más dulce cuando uno es el mejor. El problema es cuando uno es el único, la única solución. Cuando aparecen nuevas alternativas, el que mandaba se hunde. 

Eso le ocurrió a la Iglesia desde entonces, que se fue cayendo, quizá hundiendo con su propio peso. En la época más gloriosa de su historia, cuando Miguel Ángel decoraba el precioso Vaticano, el mundo se destrozó con estos puntos de vista. O tal vez no. 

Al final el cuento de hadas que nos proponen las religiones no son más que simples excusas para creer en algo, en algo que tú puedes o no defender. Aquello que es imperdonable es que se obligue a una persona a ejercer dicha religión de la manera que uno lo desea. Y este libro plasma esta problemática a la perfección. 

Margery y Sylvie representaron las dos caras de la moneda, al igual que Ned y Pierre. Una inglesa católica, una francesa protestante; un francés católico y un inglés protestante (o eso defendió siempre). Las dos parejas se casaron, pero al final el único que sobrevivió de los cuatro fue quien debía, quien apostaba siempre por la igualdad y no peleaba por acabar con la vida de los que creían en algo distinto. 

Dejad que cada uno rece como quiera, ya que, como bien dice Noah Harari en Sapiensrezando estás perdiendo tiempo de buscar alimento, luchar o fornicar

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