Relato número 13: Méritos eternos

Vista de la placa conmemorativa de la Princesa Diana en Londres

''Dicen que cuanto más te esfuerzas, más posibilidades tendrás de ser mejor, de alcanzar tus metas, de conseguir un trabajo perfecto, de hacerte una persona reconocida por la mayoría de tu país, de ir a lugares impresionantes, o de tener tanto dinero que no sepas ni siquiera lo que hacer con él. Dicen que es posible, que si te dejas la vida en ello, seguro que lo tendrás. Yo te digo que no. 

La suerte es para el que la busca, o para el que tiene la fortuna de encontrarse con ella de frente. Sí, la suerte viene por suerte, si así queréis verlo. La suerte te llega porque tiene que acudir a ti en momentos precisos, no porque te hayas esforzado demasiado por tenerla. Hay personas que jamás han hecho absolutamente nada, que se pueden limitar a pedir dinero en un semáforo, y que, un día cualquiera, con una lotería cualquiera, pueden acabar siendo multimillonarios. Así es la vida. O así creemos que debe ser. 

La cultura nos martiriza con aquello del esfuerzo, del sacrificio, del malestar por no poder escalar la cima más alta de nuestra existencia. Hay personas que mueren sin llegar a su cumbre, sin cumplir sus sueños, pero, sobre todo, sin haber vivido. Hay personas que se sacrifican cada segundo por conseguir algo, sin darse cuenta de que su disfrute se está marchitando. Hay personas que se desviven por vivir. 

Mientras tanto, existe el resto, esas que no quieren complicarse ni buscarse más líos en su vida, esas que detestan el esfuerzo, el trabajo duro, la seriedad. Son productos de la sociedad actual, reflejados sobre todo en los que el día de mañana serán las guías del planeta. Estos siempre tendrán fortuna, porque ella vendrá a buscarlos, sin necesidad ni siquiera de que ellos la llamen a gritos. Claramente, a nadie le gusta leer estas palabras, pero es la triste verdad. 

¿Entonces? ¿Qué ocurre en nuestra vida? Que pasamos horas y horas queriendo ser algo que puede llegar en un segundo. Sí, algo tan efímero, tan absurdo, que cuando llegue, solo podrás decir que lo eres, y si nadie te lo reconoce, dejarás de serlo. Es el mito del hombre adinerado del yate que envidia al pescador dominguero en su barca y quiere ponerse a su nivel. Y es que, al final, el humano es una simple especie más. El dinero no le sirve a los animales, tampoco a las plantas. El dinero en grandes cantidades no significa absolutamente nada para alguien que sabe apreciar la vida. 

Es por ello por lo que, harto de presenciar este panorama cada día, decidí abrir un libro, uno de esos que todos tenemos en la estantería, y leí este relato''. 

Jubilado ya, a sus 67 años, Trevor sabía perfectamente a lo que se podía referir este escrito. Era ya tarde, pero no importaba, siempre le quedaba hueco para reflexionar. Su vida se había centrado única y exclusivamente en ejecutar. De vez en cuando, pues, había que ejercitar el cerebro. Reflexionó sobre lo que lo había hecho feliz y lo que no, y descubrió que la mayoría de sus horas las había matado cubriendo las necesidades de otro en la maldita redacción de la calle de al lado.

Claro está, si pudiera, volvería al pasado y lo cambiaría todo. Todo menos los momentos en los que no pensó en su cima, la que jamás alcanzó. 

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