MM Málaga 18: Cómo superar lo que no puedes superar

Llegando al Estadio Ciudad de Málaga me hacen la foto de mi vida, esa que guardaré como oro en paño. 

Una señal del cielo (y nunca mejor dicho) me tiró una bomba de agua aquel lunes que salí a entrenar por el Paseo Marítimo de Málaga. No tuve miedo aquel día, y terminé escribiendo esa historia, como otras muchas que me llenan cuando salgo a hacer el loco con unas zapatillas puestas. Esa señal sería la que el domingo 18 de marzo volvería a traerme de vuelta al disfrute, a la pasión, al amor por el deporte.

Llovió. Sí, llover lo que es llover, llovió. Llovió durante el calentamiento, 'pues para algo tienes que estar caliente', diría el cielo. Llovió durante el minuto de silencio dedicado al chico inocente de Almería. Llovió cuando olimos el maravilloso hedor de la depuradora malagueña. Pero me importó lo más mínimo.

Y es que cuando uno vive las experiencias como los niños, solo busca ir pisando charcos en los momentos en los que llueve. Siempre les digo a todos que me compré unos tenis impermeables para no mojarme, pero es mentira, me los compré para pisar charcos.

Así que pisando charcos, rompiendo esquemas y siendo feliz hice el primer kilómetro a 5:09. El aglutinamiento de gente, más parecido a una horda de The Walking Dead que a una Media Maratón, se acumuló en la salida de una forma tan estrepitosa que se formó un agradable tapón en la subida de la carretera junto al río. Yo, estratega como siempre, decidí marcarme un Bolt, un Blake, o un Fran, es decir, correr que me las pelaba y dejarme de vaguezas, porque, por mucho que quisiera disfrutar, allí se había ido a sufrir.

Sin darme la más mínima cuenta, me planté en 4:32. Al siguiente bajé de 4:30 y seguí manteniendo ese ritmo durante 7 kilómetros. Me sentía como un jabalí, como una gacela, como un tigre bengala, como un chalado que estaba 30 segundos por debajo del ritmo que debería llevar. En fin, me sentía haciendo un poco lo que yo soy.

Entonces, de repente, pensé: 'Y si me vengo abajo, ¿Qué haría Fran si estuviera mal?'. Aclimaté mi cuerpo a esa situación y cuando llegó el kilómetro 11 estaba para caerme. Subíamos hacia el centro, y los kilómetros caían. Entre tanto, un grupo de corredores iban chillándose los unos a los otros cada vez que se veían, y quieras que no, me distraje mirándolos y pude seguir con el ritmo. Iba tan subido que incluso dejé atrás el globo de 1:40, y me dispuse a lanzarme a por 1:35, habiendo empezado con la idea de 1:45. Un caos, pero es lo que gusta, si no, nos aburrimos.

Así que con una lluvia que empezaba a caer tímidamente me decidí a coger un poco de agua de uno de los avituallamientos y me confundí de líquido. Las bebidas isotónicas son bastante duras de llevar en carrera, por lo que no recomendaría a nadie que tuviera un estómago de abeja como el mío que las tomara. Pero claro, si uno no se da cuenta y tiene más sed que un bereber en el desierto un 20 de agosto, pues tiene que echarle el trago. Y así sucedió. Así me vine abajo. Por suerte, mi cuerpo ya estaba metido en situación, y, para más suerte, justo me dio el bajón antes de subir una de las cuestas más pronunciadas.

Miraba el reloj, que marcaba 16'5 kilómetros. Me animaba y me decía frases motivadoras que no se las cree ni quien las inventó, pero que algo pensaba yo que podían hacerme. Así que me dejé llevar hasta el 17, donde Cristóbal, un Runner de esos que no abandona a su compañero, me acompañó hasta la meta.

Fue en ese momento cuando me quité los cascos. Creo que dejar la música me rompió en dos partes. El aire no me llegaba bien a los pulmones, pero las piernas seguían como nuevas. Un desajuste en mi estómago me provocó tremendas arcadas. Maldita isotónica (no toméis nunca en carrera). Pero había que aguantar. El dolor siempre es temporal.

Lo que pasara después poco importa. Total, todos los que la terminaron dijeron lo mismo: 'Dura, pero terminada'. Yo me quedé con algo más. Me quedé con llegar a la meta y ver por primera vez a mis padres esperándome en una carrera, verme grabado por una cámara para la que posé como un buen Millennial y donde miré al cielo, recordando vete a saber qué.

El caso es que fui feliz. El caso es que terminé en 1:40 horas y rompí mi registro, que estaba en 1:55 horas como un guerrero rompe el escudo de su adversario. Superé lo que no podía superar, o al menos lo que creía que no podía superar.

Somos imparables si nos lo proponemos, el problema es que no lo hacemos siempre.

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