Corriendo bajo la lluvia

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Frank Sinatra cantaba aquello de 'Singing in the rain'. Quizá, por ser joven, nunca escuché esa voz en directo, ni siquiera me paré a pensar quién era Sinatra, pero lo cierto es que corriendo bajo la lluvia, el pasado lunes sentí a ese tipo dentro de mí, cantando en mi corazón como si fuera aquel loco que vaga por el mundo sin objetivo alguno más que el llegar a un lugar.

Los corredores somos así. Por mucho que veamos que va a llover, creemos que el cielo se abrirá a nuestros pies y que no habrá nada que nos pueda detener en esa tirada que esperamos durante toda la semana. Sí, era mi momento de la de 14 kilómetros, la que me iba a servir para comenzar a subir el termostato de cara a la Media Maratón de Málaga. Y sí, era un momento un tanto complicado. Un lunes, a las 8 de la tarde, uno de esos momentos en los que uno puede irse a casa y ponerse a leer un rato o escribir una historia de estas (la terminé escribiendo, pero más tarde). Era complicado imaginarse dos días seguidos sin salir a disfrutar de lo que nos llena, es decir, de pulmones sin aire, de piernas con calambres y de flatos interminables; bueno, eso en el caso de los principiantes, porque en el mío particular creo que es mucho peor.

El caso es que creí que era un dios de Egipto y me quedé en un promulgador de una secta. No pude hacer nada por evitar que la lluvia me sacudiera a partir del noveno kilómetro, justo cuando ya había vuelto del Muelle 1 y disfrutaba del Paseo Marítimo de la ciudad como solía hacerlo en Segundo de Bachillerato. Era cierto que había notado que resbalaba en exceso aquel lugar, que no era del todo adecuado quedarse allí durante mucho tiempo, y que mejor debía optar por lanzarme a la acera. Sin embargo, apenas tuve tiempo para pensar cuando me quité los cascos de las orejas, miré alrededor y pensé: 'Estamos muy jodidos'.

No era el único que se sintió así. Por lo visto, más de uno decidió convertirse aquel día en Ra o en Osiris, pero creo que mi experiencia me gustó más, sobre todo porque la de las demás la desconozco hasta el momento.

La gracia hubiera estado en que me hubiera caído, en que me hubiese hecho daño y quedara lesionado para la Media Maratón, pero no fue así. Llevaba un cortavientos que me habían regalado en Navidad, el cual, pese a ser extremadamente fino, me sirvió para resguardarme. La técnica de las tres mangas y las zapatillas con Gore-Tex me salvaron la vida. Los pies se mantuvieron con una temperatura adecuada durante los 3 kilómetros que decidí que me restaban si quería gozar de buena salud durante las próximas semanas. El cortavientos hizo lo que pudo, y libró una dura batalla contra el agua, pero yo, en cambio, ni me enteré de nada.

Creo que entré en un estado de shock en el que solo Sinatra estaba a mi lado. Veía a muchos que, como yo, estaban tremendamente jodidos debajo de la lluvia que nos bañaba, pero les veía preocupados. En cambio, yo y mi ritmo, pese a no ser mejor que los kilómetros anteriores (pasé de 4:45 a 5:10 por tener que pensar en no caerme antes que en mejorar tiempos), se mantuvieron alegres. No sentí el cansancio, sino que me limité a disfrutar del momento.

Había tenido una charla la semana anterior. Un practicante de budismo nos había dado las cinco claves de la vida. En la última nos decía 'Aprovechad la energía'. En ese momento me acordé de él, y, a su lado, apareció el bueno de Sinatra. El sufrimiento me importaba poco, y los tres kilómetros se fugaron como si nada. Cuando quise percatarme estaba en el coche, tratando de cambiarme lo más rápido posible para evitar la hipotermia, y, acto seguido, en la ducha, con agua ardiendo bañando mi cuerpo.

Creo que los pequeños momentos que nos deja correr son preciosos. Personalmente, corriendo bajo la lluvia aprendí que, pase lo que pase, Frank estará conmigo, aunque me quite los cascos.

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