Walt, el ratón no podía ser un Jedi en dos días

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Fuente: www.youtube.com. - MouseSteps / JWL Media

Las críticas llueven, casi más que lo que las tormentas repentinas dejan a su paso por España. Star Wars se ha quedado lejos de su visión especial de la galaxia, lejos de la magia que siempre había caracterizado a esta saga. Es por ello por lo que, pasado cierto tiempo desde su salida a la cartelera, es momento de hacer visión retrospectiva de lo ocurrido en esta entrega. 

Abres los ojos y te ves extasiado en un mundo de fantasía. Todos son sonrisas, canciones alegres, bienestar familiar. No hay hueco para la tragedia, para la maldad, para la desgracia. Es un clima idílico, es un clima Disney. Sí, probablemente cuando escuchen la palabra Disney, todos sonreirán y se sentirán sobrecogidos, se verán inmersos en aquella realidad paralela que creó en nuestro cerebro el fantástico Walt. 

Una marca asentada, un logo todavía más asentado, y una manera de ver los hechos aún más arraigada en la sociedad de la industria cultural son los hechos que han llevado a esta empresa a pasar de ser una creadora de contenido a una fábrica de ilusiones. Sí, una fábrica. 

Una fábrica, unas instalaciones centradas en producir fantasía. Una S.A., pero, esta vez, sin monstruos de por medio. Una fábrica de sirenas sin voz y con manzanas de brujas. Una fábrica vertiginosa, destinada a niños, al mercado que se fabrica de doble forma, al mercado que se hace para que consuman mayores y menores. 

Sí, obviamente, no hace falta decir más. Casi con total seguridad, muchos se hayan percatado de que lo que acabamos de realizar es un repaso de las opciones que tiene Disney en este mercado mundial y en sus objetivos, aplicados a todos y cada uno de sus productos. Desde un simple juguete hasta una producción cinematográfica. Desde Robin Hood hasta Star Wars. 

La industria cultural rompe la marca, y esto se ha podido comprobar en una entrega de La Guerra de las Galaxias en la que a lo que más se ha asemejado es a la Guerra de las Falacias. Vender una imagen de clásico, de retorno al pasado, de amor por lo que esta saga siempre ha sido ha provocado la muerte como tal de la misma. Jugar con Luke Skywalker como si se tratase de Padre de Familia es jugar con millones de corazones que, con toda su ilusión, viven la saga, aman presenciar las películas. 

A ello se le debe unir el afán tan sumamente inadecuado de intentar vender un personaje completamente desconcertado, una historia sin esquematización ninguna y con ilusiones que solo un niño puede comprender. Y es que, el planteamiento del guion deja mucho que desear. Falta la acción propia de una de estas obras maestras, los buenos efectos especiales, los momentos de reflexión, los silencios interminables con una melodía de fondo, etc., escasean de lo lindo. 

Todo ello, claro está, sin mencionar el plato fuerte que esta entrega nos deja: el ridículo de las sonrisas fáciles. Este punto es el que sin duda más ha decepcionado. Este ha sido el culmen de una empresa que, claramente, no comprende lo que esto significa, y que, con todas sus esperanzas, tiene en mente el proyecto de vender el cine al público infantil, cuando nunca nadie dijo que este fuera para niños. 

Porque sí, es obvio el hecho de que es el mejor nicho de mercado, de que si nos dirigimos a ellos no debemos colocar asesinatos, ni siquiera malas imágenes, pero desde ese punto hasta el extremo de bromear con históricos de una saga perfectamente argumentada e interesante, hay un camino que la empresa de Walt ha surcado a la velocidad de la luz. 

Empresa. Industria cultural. Marca. Fábrica. Usen lo que quieran, porque todo servirá para describir a esta máquina creadora de contenidos. 'It was all started by a Mouse', es cierto, pero un ratón sigue siendo ratón, no queramos hacerlo Jedi en dos días. 

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