Relato número 7: El desierto del alma

Antes de cualquier comentario, dar las gracias a Valentí, ese youtuber tan grande que enseña a no rendirse a nadie. La frase es tuya. 

'Dicen que tanto en el desierto como en las cimas la muerte ha llegado antes que en ninguna parte de la Tierra. Se produce, curiosamente, tal y como Jan Morris contaba en sus memorias del Everest, un paralelismo en las dos zonas más extremas del mundo. Ambos lugares son casi imposibles para la vida, pues pocos seres son capaces de resistir en tales condiciones a menos que posean habilidades especiales. 

Sin embargo, dentro de estos dos lugares, dentro de estas dos facetas que conviven como el Ying y el Yang, existe una fuerza, un alma. Existe algo que se extiende de punta a punta del planeta, que cuenta con los pensamientos de todos los seres humanos, de todos los animales, de todos los insectos. Existe una fuerza capaz de arrollar cualquier hecho que se imponga en la vida de cualquiera. Existe una vida. 

Sí. Estos lugares tan complicados de tratar, tan adorados por los que allí viven, así como respetados por la población ajena a ellos, tienen vidas. No solo tienen una, sino que tienen las que deseen, las que quieran cobrarse, las que les permitan aquellas simples vidas de seres humanos que destruyen su hábitat natural. Tienen más de una vida, y nosotros se la robamos. 

Los titanes podrían perfectamente acabar con nosotros. Si estas dos fuerzas se unieran harían trizas todo nuestro ser, todo lo que tenemos, porque precisamente nosotros estamos en medio. Nosotros simplemente somos una vida, una que malgastamos, que tiramos, que rompemos, que desilusionamos, que dejamos manipular, que creemos que solo tiene un fin, y que, por contra, tememos perder. 

Somos una vida, y ellos son varias. Entre ambas partes circula un alma que va desde lo más duro de nuestro lugar de vida hasta el milagro de la naturaleza. 

El problema llega cuando ese alma se marcha a uno de los extremos, cuando no se regula, cuando no considera que vive en este planeta. El problema llega cuando el desierto nos engancha, y el Everest nos deja de lado. El equilibrio, como decía el dicho asiático, hace la fuerza, y cuando se pierde, somos débiles, pues. 

El desierto del alma llega cuando perdemos el objetivo de nuestro sino, cuando nos percatamos de que la muerte es nuestra única salida. Cuando no tenemos motivaciones, cuando no sabemos cómo salir de ese lugar en el que nos encontramos, el desierto está y estará presente. Solo habrá arena, solo calor, solo muerte, seres inertes, solo vida marchitada. 

Ellos conservan las vidas, las que nivelan la nuestra. No nos interesa perderla, lanzarla al vacío, ni dejarla que la dominen la codicia del monte más milagroso ni la soledad de las llanuras más abrasadoras. Nuestra vida es nuestra, no del centro de ambas, no de lo que unos marquen. 

Y es que, cada uno tenemos nuestro desierto, con vida dentro de él. Cada uno tenemos nuestro Everest, con épocas veraniegas. Cada uno somos un alma. Cada uno tenemos una motivación que nos ciega, independientemente de que solo tengamos una vida.' 

Trevor no sabía qué responder. Tenía las respuestas a tantas cosas delante de él que decidió parar. Era momento de descansar, de reflexionar sobre qué era y de dónde venía, y, por lo tanto, hacia donde iba. 

Ahora, las historias cobraban sentido. Eran un reflejo, todas y cada una de ellas, de su vida. 

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