Crítica Ángeles y Demonios: Diablos bendecidos



Diablos. Benditos diablos. Siempre jugando con el corazón de los creyentes de la Iglesia, de esos a los que Dan Brown convierte en esta obra en seguidores de una opinión pública bien extinta que ya tuvo su gran momento en la Edad Media. Diablos bendecidos son los que describe en esta gesta un escritor que más desearía yo hacerlo de la misma forma, pues su complejidad de la narración es tal que lo considero incomparable con ningún otro.

    De lo que se trata es de contar historias que lleguen al público, y no tengo duda alguna de que en aquellas vacaciones de verano, Brown se inspiró de lo lindo. Tampoco nos queda el menor atisbo de falsedad de que Robert Langdon es él mismo, él jugando con sus amores, con sus deseos, con sus aspectos de persona socialmente bien posicionada. No llego a conocer si tenía un reloj de Mickey Mouse o no, pero el caso es que casi siempre los protagonistas son prolongaciones del artista.

    Al fin y al cabo, Ángeles y Demonios sigue siendo un Best Seller, y como tal, no se puede sacar demasiada reflexión, más que una buena historia, un buen planteamiento. Diríamos que semejante al de una jugada de fútbol americano. Quizá al de un Home Run en el béisbol, o vete a saber tú.

    El arte es como cada uno quiera enfocarlo. Una gran historia, un gran espíritu de aventuras, pero nada más. Una mente ingeniosa, querido Daniel. No me extraña que llegase a gustarte el periodismo.

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