El Rincón 2017 (Málaga): Mi primera Media Maratón, mi primera gran satisfacción

Decía Leila Guerreiro, sabiamente, que no se debía utilizar el 'YO' en un discurso escrito a menos que este fuera empleado de una forma adecuada o en un contexto en el que no quedaba más remedio que usarlo. Creo, honestamente, que en este tipo de contextos en los que solo tú eres protagonista de los hechos, es el momento perfecto para utilizarlo.

Firmemente, creo que cuando uno corre solo él mismo puede narrar a los demás lo que ha sentido, lo que ha vivido y por lo que ha pasado en esos minutos de dolor y sufrimiento. Es por ello por lo que opto por el 'YO', por lo que opto por ser protagonista y dejar de lado la aburrida y estética tercera persona. Creo que hoy es turno de dar paso a mi cerebro, ese que tanto me ayudó el 29 de octubre de 2017.

Sí, aunque suene extraño, soy un novato en esto del Running. Me encanta correr, de hecho, llevo una serie de años haciendo Carreras Populares, muy de vez en cuando, y me parece que es una de las mejores maneras de entrar en contacto contigo mismo. Sin embargo, hace un mes y medio, decidí plantearme un reto para terminar un convulso 2017 de Segundo de Bachillerato de una forma enorme. Con tan solo 45 días de preparación, me dispuse a preparar mi primera Media Maratón.

Los entrenamientos fueron duros. Nunca había pasado de 10 kilómetros al salir a trotar, pero el haberme trasladado a la zona de Alhaurín de la Torre y el descubrir la pasión por este deporte en la localidad malagueña, hizo de mí un aficionado más. Hice, 11, 13, 15, 17, etc. Seguí con un objetivo claro entre ceja y ceja: el correr la carrera que me haría sentirme el más feliz del mundo.

Entre tanto, me divertí en ciertas 10K. La primera fue la del Real Madrid, donde pude coincidir con el club que, digamos, me 'apadrinó' como corredor loco. Este fue el Club Deportivo Alpino Jarapalos, un grupo de grandes personas que me arroparon entre sus brazos como si yo fuese un compañero más de toda la vida, y que me regaló la oportunidad de exhibir su camiseta en la carrera madridista. En ella lucí el dorsal 187, y dejé el reloj en 46:33 minutos. Me superé aquel día, y me sentí feliz, muy feliz.

Llegada a la línea de meta, como siempre, con una sonrisa. 
(La Opinión de Málaga)

Unas semanas después, me propuse hacer mejores tiradas. Fui marcándome un tiempo de 5:30 (el kilómetro) en cada una de ellas. Quería terminar en una hora y cincuenta y cinco minutos la Media de El Rincón, al menos, ese era mi pensamiento, pues sabía perfectamente que no podría bajar más. Así seguí, con empeño, siendo consciente de mis límites de tiempo por el comienzo de la Universidad y por los entrenamientos de tenis.

Decidí divertirme en la carrera de El Corte Inglés, pese a que fuese un completo agobio desde el comienzo hasta el final. La muchedumbre no me dejó correr demasiado, los cambios de ritmo me jugaron una mala pasada y no pude hacer el tiempo deseado. Esta vez, me subí a los 50 minutos, aunque después la clasificación me marcó 52:30. Creo que esos Chips andaban un poco desconfigurados...

La felicidad de un loco corredor se la contagié a El Corte Inglés. 
(Captura de pantalla de mi teléfono)

Por aquel entonces únicamente me quedaba por trabajar un día más. Salí a hacer 13 kilómetros el miércoles, justo cuatro días antes de la carrera. Las sensaciones eran inmejorables, y el descanso tenía que ser abundante para poder superar el reto planteado. Así pues, me tomé la libertad de pasar sentado nada más y nada menos que 9 horas en un Congreso de Periodismo de la Fundación Manuel Alcántara entre el jueves y el viernes.

La carrera se acercaba, y, cada minuto que pasaba, lo vivía con tensión. Estaba nervioso. Sabía que podría conseguirlo, pero no confiaba lo suficiente en mis piernas. Temía al momento en el que llegara el fatídico kilómetro 16, así como a las leyendas urbanas de que los calambres podían llegar en cualquier momento.

Sin embargo, olvidé todo cuando me até los tenis, me puse delante de la línea de salida y cabalgué. Quizá me pasé de frenada y bajé demasiado. Quería ir a un ritmo de 5:30, y empecé a 5. Creí que la gasolina me iba a durar, pero, a partir del kilómetro 7, mi compañero de carrera empezaba a notar que mis piernas no estaban demasiado bien.

No sé si fue el desayuno, o si era el calor del cambio de hora (salíamos a las 10:00, que, en realidad, eran las 11:00 de la hora anterior), pero las arcadas no pararon de llegar a mi cuerpo y de provocarme que el ritmo se fuera deshaciendo. Mis piernas aguantaban. Los kilómetros caían, y los chicos del Club Triatlón El Rincón me ayudaban con sus botellas de agua y sus gritos de: '¡VAMOS!' Era feliz, al menos, de vez en cuando.

Por desgracia, no todo dura para siempre, y menos en una carrera. El cansancio comenzó a azotarme duramente. El cambio de asfalto hacia el paseo de El Rincón me pasó factura. Pasamos por debajo de los túneles, con 15 kilómetros a las espaldas y un sueño por cumplir. Mi compañero me daba ánimos, me obligaba a recordar las horas de entrenamiento, los seres queridos, los dolores sufridos, los madrugones...

Todo ello me fue dando fuerzas, cada vez más. Me volcaba las botellas de agua por encima de la cabeza, solo para intentar frenar esas tremendas arcadas que me impedían hacer lo que más amaba: continuar. Y justo cuando peor me sentía, vi que en el kilómetro 19 y medio nos esperaba una cuesta de lo más dura.

Vi a Jon Nieve en lo más alto de La Guardia de la Noche, vigilando el muro. Los Caminantes Blancos (yo el primero, pues parecía un muerto viviente sacado de The Walking Dead) se acercaban lentamente, casi sin fuerza, sin poder, llenos de cansancio.

Estaba completamente al borde del desmayo, al borde de caer en picado hacia lo que no quería. Entonces, mi compañero se puso a mi lado, anduvo, me agarró del cuerpo, tiró de mí, me socorrió. Creo que incluso me dio más fuerzas, más de las que cualquier otro gel de vitaminas podría haberme dado. Recordando a esas tomas en las películas de gladiadores en las que el soldado ayuda a su amigo herido, me catapultó a subir, durante unos metros, hasta conseguir lo inaudito.

Al borde de caer, me levanté. Los tobillos me dolían, las piernas se me acalambraban. Me dolía el alma. Solo mi cerebro estaba ahí. Miré hacia delante, después de media hora presenciando el suelo, y vi el final de aquella subida.

Solo quedaba un kilómetro para hacer historia. Me remangué el pantalón. Miré mis dorsal. Miré al cielo. Me acordé de todos a los que quería, de todo el trabajo, de todos los dolores sufridos, de todos los madrugones... Me dejé llevar. Era el final.

Camiseta y dorsal con los que corrí la carrera. 
(Fotografía realizada con mi teléfono)


Giré una curva. La muchedumbre estaba allí. El reloj marcaba 1:55 horas. Lo había clavado. Era feliz.

Soy feliz.

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