Rapados y sin piojos - Crítica El niño con el pijama de rayas


Turistas visitan Auschwitz, la casa de Shmuel. - Fuente: Flickr (Enymode - 20/09/2012).  

Cuando se habla del ser humano existen varias formas de hacerlo. Podemos ver un ser humano que tiene una vida, que no se mete en problemas, que tiene sus objetivos personales, que desea ser simplemente humano. Podemos ver un ser humano sin motivación, que prefiere abstenerse del resto, desarrollar su vida apartado, o simplemente dejar pasar los días, meses y años. Sin embargo, también podemos ver un ser humano que domina a estos seres humanos, que lleva a estos a desarrollar un odio supremo hacia otros.

Bien rapados y sin piojos, así quería al resto de personas que esperaba matar. Así quería ver el régimen alemán a Shmuel y a todos los judíos. Así quiso ver a 6 millones de seres humanos que se unieron a los 60 que murieron en campos de batalla. En cámaras, incinerados, asfixiados, cayendo de hambre, de sed, de frío, de cansancio, de enfermedades. Con un pijama de rayas y un gorro que les cubriera la dignidad.

El niño con el pijama de rayas no es más que una representación que nos queda de lo que fue el horror más grande que el ser humano fue capaz de crear. Una visión distinta para una historia que siempre se cuenta de la misma forma.

Nacimos el mismo día

El 15 de abril de 1934. Ese día nacieron Bruno y Shmuel, dos chicos que, metafóricamente, llegaron al mundo y se fueron el mismo día. Ambos eran iguales, eran simples niños. Niños con sueños, con miedos, con preocupaciones, maduros, ingenuos, dudosos, decididos. Niños.

El contraste que supone colocar un chico judío sin apenas comida con el dirigente del Campo de Concentración más duro que se conoció nunca (cerca de 1 millón de muertes en él), es lo que nos deja fríos y sin capacidad para reaccionar. Es la inocencia jugando con la maldad del ser humano, con la falta de piedad, de consideración que va desde Padre hasta el más pequeño de los generales.

Nombres cambiados: A ojos de un niño, todo es lo mismo

Para un niño como Bruno, no importa que algo se llame 'Furias' o 'Führer'. La ridiculización del nombre del líder supremo alemán es uno de los guiños de la literatura hacia el odio que genera este episodio de la historia. El chico es inocente, y no conoce ni siquiera el significado de los saludos, de las tradiciones, del trabajo de su padre, ni siquiera de dónde se habían trasladado.

Claramente, este es uno de los puntos fuertes de una novela que conmueve a cualquiera que se disponga a leerla. Es el punto de vista de un niño, pero no creo que se necesite más para poder comprender el total de este suceso histórico.

Hora de la ducha

Si los lectores han podido ver la película, que posee el mismo nombre, seguramente recordarán que la hora de la ducha es el momento en el que todos terminan falleciendo. En el libro no se toma esta vía de escape, sino la de la marcha. La inocencia de Bruno como niño sigue en todo momento viva, incluso cuando la muerte acecha y ni siquiera sabe que jamás saldría de aquel lugar.

Estrechar la mano a su igual, a su amigo judío, soñador y amante de los exploradores, con un padre que se ha perdido (en el caso de Bruno perdido por servir al régimen), es el símbolo del libro.

Lo que los diferenciaba era el pelo. Rapados y sin piojos podían convivir juntos, es más, nadie sabría decir quién era el judío y quién el alemán. El ser humano es impredecible.

La curiosidad del libro

Gretel y su mapa

El mapa de Gretel quizá sea uno de los símbolos más curiosos de la obra y una de las pistas de que esta fue creada por un escritor occidental, como es el irlandés John Boyne. Lo que simbolizan esas chinchetas son las avanzadas de los ejércitos rivales hacia Alemania. La joven intuye que seguramente las batallas están cayendo del lado de los Aliados, y teme la llegada de estos.

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