Relatos de nuestra vida: ''Las luces de Larios''
-Autoría-
Dicen que es de noche,
pero es de día. Es de día en los corazones de todos los que aquí presentes
presenciamos el presente. Es de día en el mundo de las ilusiones de los
ilusorios que se ilusionan frente la luz de la vida. Es de día para muchos.
Creo que para todos.
Desde hace tiempo, la iluminación se ciñe sobre la calle
principal. Los viandantes admiran el bienestar que transmite una época festiva
distinta de lo rutinario. No hay hora de cierre, no hay hora de apertura. Los
negocios brillan sobre la luz que da vida a todo aquello que roza con sus
rayos, que prolonga con sus sombras.
Sobre la estampa, María, con chaqueta roja, mira el
suelo. Ha vuelto, otro viernes. A su lado, se vislumbra la persona que más
simboliza para ella, su madre. Desde hace dos meses, no ha podido tener ni
siquiera media hora para centrarse en ella, pero hoy, hoy es diferente. Los
guantes se ajustan sobre sus manos, y el gorro de lana de color azul oscuro se adhiere
a su cabello, rubio, repleto de brillo.
Tras ellas, se encuentran dos hermanas: Rocío y Julia.
Tienen cinco y seis años. Sus chaquetas no son rojas, sino verdes. Ambas suelen
vestirse de la misma forma; su madre así lo quiere. Ellas disfrutan cada año de
esta escena, de este perfecto cuento de hadas que todavía sigue siendo vivir la
Navidad desde abajo, sin contemplar los desperfectos que deja sobre los menos
afortunados. Los sueños se cumplen, el calor de la familia se siente. Una,
agarrada a papá, y otra, a mamá, sienten que queda menos, que podrán disfrutar
de lo que bajo el árbol se distinga dentro de unas noches.
Eso mismo cree David. Residir en uno de los balcones de
esta zona ha sido un regalo magnífico que ha perdurado durante décadas. Así lo
luce siempre que recuerda aquellos primeros eventos como este, hace escasos
años. Así lo luce siempre que el día se postra como hoy. Nunca anochece en su
casa, y no es que le importe en exceso. A sus setenta y cinco, lo único que le
complace es ver sonreír a sus nietos y a sus dos hijos. Ellos están presentes
hoy, como no podía ser de otra forma. Han disfrutado de los churros, del
chocolate que prepara la abuela, pero, ante todo, han disfrutado de la compañía
de sus seres queridos. Ahora, todos están el uno junto al otro, observando en
el balcón en el que tantas historias se han forjado.
Por ello, cuando comienzan a mirar hacia arriba, ninguno
se sorprende, y, a la vez, lo hacen todos. Seguir viviendo el día durante la
noche es algo que particularmente en Málaga se siente de forma especial. Poco
importa la edad, las costumbres de cada casa, las vivencias que han tenido
lugar en los últimos días, ya que lo único que parece tener relevancia en esos
instantes es el disfrutar de un momento mágico, de un instante distinto.
Cuando Calle Larios decide vestirse durante un mes para
que todos contemplen su belleza, solo existe hueco para la admiración. Obvio,
también para fotografías con móviles, para vídeos dedicados a redes sociales,
para besos de reconciliación, abrazos de amor y miradas de ternura.
Sin embargo, lo que
realmente define ese momento no son imágenes ni grabaciones, ni siquiera
muestras de cariño, sino aquellos a los que a nuestro lado tengamos, los que
nos identifiquen y nos definan como persona. Los que nos hagan pensar que sigue
siendo de día pese a que ya haya caído la oscura noche en la costa.
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