Historias del periodismo: ''Javier Bauluz, historia de una fotografía''

Mi cámara junto a la fotografía de Javier Bauluz, ganador del Pulitzer por su trabajo en Ruanda

El día que hice esa fotografía me llamó la atención que nadie la viera. Y es que nadie nunca se fijó. Quizá el día en que le di a disparar con aquella cámara que no era de último modelo, pocos se hicieron una idea de lo que iba a causar en el momento en el que la publicase.

            Nadie la vio porque nadie tuvo constancia de que estuviera publicada. Es lo que tiene la fotografía: si yo no la publico, nadie la verá jamás. Por suerte, no me guardo nada. Es verdad que en muchas ocasiones tengo que autocensurarme, porque si no, alguien podría salir perjudicado a causa de mis obras. Documento, pero no publico. Pero siempre me guardo todo lo que documento.

            Aquella fotografía no es que fuera una especial. Simplemente quise mostrar algo distinto a lo que todos muestran en sus trabajos. Cuando a alguien lo envían a Ruanda a cubrir una salida masiva de personas, creo que le queda poco que pensar acerca de qué tipos de fotografías puede realizar. Ahí sí que la cámara juega un papel absurdo y la persona llega a ser lo más importante.

            Sí. Fotografiar muerte es doloroso. Es duro. Muchos me preguntan cómo soy capaz de tomar esas instantáneas, cómo soy capaz de entrar en lugares tan restringidos. El caso es que ni siquiera yo mismo lo sé. Lo único que puedo decirle al mundo, ahora que esa fotografía ha salido a la luz, es que no quedará nada ni nadie que pueda imitarla. Y si lo consiguen, no será más que eso: una simple imitación.

            El primero he sido yo, y eso no me lo podrán quitar jamás. Me introduje tanto en el papel que solo me faltó vestirme como ellos, sentirme como ellos. Me dejaron entrometerme tanto en sus vidas que no les quedó más remedio que abrirme sus corazones. Creo que ese es el secreto, que conseguí ser persona, ser humano. Es eso lo que nos distingue a los que no son de los que somos.

            Hay personas que no son humanas, que no se sienten como ello, que únicamente buscan nutrirse de algo sin sentido como su vida. Sí, viven inmersos en su construcción de la realidad. Yo la intento destruir, yo la he intentado destruir en cada captura fotográfica que he realizado desde que tenía uso de razón y una cámara. Pero hoy todo es distinto. Hoy las personas a las que tengo delante no son estas. No quiero dejarles un mensaje a este tipo de personas, pues ellas ya tienen los mensajes suficientes como para poder resistir toda una vida de calvario. De hecho, la resisten.

            Él ha caído. Su hermano, de apenas 4 años, le ayuda a socorrerlo. El cólera está matándoles. Están todos ellos infectados. Todos los que vienen con nosotros, los que intentamos contar una realidad que no existe para el exterior. Solo existe para nuestra cámara, para nuestras notas cogidas a mano. Solo existe para humanos. Hasta hace unos minutos, existía para este chico que ha caído, desvanecido, que se ha marchado para nunca volver, y que su hermano intenta socorrer en un alarde de superioridad inservible. Ha muerto.

            Se agacha, le mira. Quiere pedir ayuda. Mueve la cabeza varias veces. Yo muevo mi cámara. Me acerco, regulo el objetivo. Busco un encuadre adecuado. Disparo. Disparo no balas, sino un recuerdo para el resto de las vidas de esas personas que no verán la imagen. Disparo un Pulitzer, un premio mínimo al lado de lo que puedo conseguir con esta representación de la tragedia. Disparo como lo deberíamos hacer todos, como un fotoperiodista lo hace.

            Me giro, y quedan más. Han muerto algunos. Otros no corren tal desgracia y pueden seguir sumidos en el calvario. Me siento afortunado. Tengo todo lo que puedo tener y más en mi vida. Y, por si fuera poco, tengo una cámara. Nada es más poderoso que esto. Nada. Si alguien que supiera manejarla la tuviera en sus manos, podría hacer auténtica magia con ella.

            Yo, aquel día, conseguí hacerla. Hice mi magia. Hice mi historia. Narré la realidad. Documenté y publiqué. Yo y mi lente. Yo y mi objetivo. Yo y mi periodismo.


Explicación del acontecimiento

Esta fotografía fue tomada en Ruanda por el fotógrafo español Javier Bauluz. Javier realizó una serie de instantáneas durante el exilio de los ciudadanos de esta zona africana que pasaron a la historia. Estas le valieron el primer Premio Pulitzer de fotografía otorgado a un español, pero también un reconocimiento durante el resto de sus días como uno de esos profesionales del fotoperiodismo que pasarán a la posteridad.

A día de hoy, sigue cubriendo conflictos de los más duros posible. Entre sus últimos proyectos destacan el retrato de la crisis en Nicaragua y una serie de conflictos en Latinoamérica, así como la entrada de inmigrantes a nuestra Península. 

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