Relato número 9 - Jueves


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‘Solía fumar en su ventana. Se encendía un cigarro a eso de las 11 de la noche, cuando sus hijos estaban en la cama. Se colocaba al borde del abismo en aquel quinto piso en el que nadie le podía ver. Se abrigaba, miraba al frente y sentía el placer de lo que esperaba cada día.

            Amaba ese aire que inhalaba, se sentía como si flotara, como si realmente la ceniza tuviera algo dentro de sí. Nada podría producirle mayor placer que aquel que le otorgaba sentirse libre, sin ataduras, sin obligaciones… Era volver a ser una niña, un pequeño ser que no entiende más de lo que amaba.

            Sin embargo, aquella noche del 8 de febrero de 2018 no todo fue como debía. El placer se convirtió en desolación y en una crisis personal como ninguna. Después de años en la misma empresa, habían despedido a más de la mitad de la plantilla, y su camino había sido el mismo. Era una auténtica desgracia para una familia que no sabía de dónde iba a sacar los ingresos ahora que dependía de una sola parte.  

            El mayor de sus problemas era que no había tenido valor suficiente para comentárselo a su exmarido. Tenía miedo de las posibles reacciones, de la manera en la que lo afrontarían los suyos. Ya no podría costear la mayoría de actividades ni de salidas semanales de los más pequeños, y muy probablemente se vería obligada a dejar de lado su carrera como escritora.

            Y es que, si por algo adoraba sentarse en el poyete de aquella ventana era por la inspiración que le otorgaba. Un bolígrafo la acompañaba en esas charlas de los jueves por la noche, esos vacíos interiores que le recordaban sus difíciles tragos vividos con un hombre que nunca la amó, y que reencarnó el odio en cada uno de sus golpes. Allí, pensativa, creía en que algún día conseguiría tener éxito, o, al menos, ser comprendida por un mundo que no aceptaba al diferente.

            Las historias sobre asesinatos eran sus favoritas. Había leído a Lemaitre y se había enamorado de aquel salvador Camille, ese policía que inspiraría tantos y tantos relatos. Creía que estos le servían como evasión de la vida real, como salida de lo mundano, de lo que siempre ocurre. Eran su estrella de madrugada.

            Desgraciadamente, aquella noche no tenía lucidez en su escritura. Su boli estaba apagado, sin fuerza para contar nada. Solo quería dormir, no quería ser partícipe de un sufrimiento cada vez mayor. Lloraría mientras fumaba, por lo que no sería lo más adecuado, y probablemente sus hijos la escucharían y podrían asustarse o sentir compasión.

            Recordaba entonces que lo que ya había superado había sido mucho mayor que todo esto que le venía por delante, que le quedaba demasiado por superar, pero que nada sería más duro que lo ya vivido. Recordaba que era un recuerdo. Recordaba que no había existido, que solo eran imaginaciones, sueños, preocupaciones. Recordaba que era un espejismo en medio de la Escalera al Cielo.

            Y para dejar de recordar, encendía su cigarro, miraba frente e inhalaba. Pensaba en sus preocupaciones y se daba cuenta de que poco más le quedaba por hacer.’

            Era la vida de una madre, de una como muchas que viven al borde del abismo, en un poyete cada corto día de su vida, sin ser tenidas en cuenta, sin verse apreciadas, queridas. Era la desesperación de alguien que quiere y no puede, de alguien que vive apagado y que enciende su cigarro para que otros vean al menos que brilla algo en su exterior. Era el sinvivir de un ser humano que se entrega en cuerpo y alma a lo que le rodea, que muestra su amor, y que solo en las noches de los jueves mira al frente, reflexiona y piensa que no puede rendirse, no por ella, sino por los suyos.

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