El mundo sigue sin tener fin - Crítica 'Un mundo sin fin'
Ken Follett tituló su
obra con un nombre enigmático que quizá nadie comprenderá a menos que haya
leído una parte de esta. Lo cierto es que, una vez finalizada la lectura del
autor británico, uno se plantea una serie de preguntas, y se intenta responder
con las vivencias plasmadas en ella.
Para ser más precisos y
no incumbir en las típicas fórmulas de la crítica literaria, creo que sería
oportuno dividir mis observaciones por partes, sin llegar al spoiler en
ocasiones, simplemente dando apuntes sobre lo que más me ha llamado la atención
a nivel genérico, tanto que incluso alguien que no haya leído el libro, podría
comprenderlo.
Una historia de amor
Sí, empiezo por el
final. Creo que la historia de amor que nos plantea este libro está hilada a
partir de varias parejas, de personas que se entrelazan para conseguir dominio,
presión social sobre otros, mayor nivel económico, heredar tierras, etc.
Realmente, cuando comenzamos el libro, no se vemos el menor atisbo de que
Merthin y Caris terminen siendo pareja, aunque, por algún casual, sabemos que,
pase lo que pase, finalmente terminarán unidos.
Es esta historia de
amor la que construye el relato, y sobre la que se construye el relato. Sonaría
aburrido decir que Follett escribió una novela de amor de 1000 páginas, por lo
que nadie la recordará como tal, pese a que, como comento, su trasfondo esté
basado en una de gran calidad.
Quizá no sea la típica
historia en la que los dos protagonistas pasan por momentos de amargura, sino
que se acerca a la realidad y plantea cómo en la época dos personas podían
hacerse con el control del pueblo, de una manera cuanto menos metafórica.
El sexo que disminuye
con el paso de los años
Sorprenderá a muchos,
eso seguro, la forma en la que el escritor nos cuenta los momentos más íntimos
de los protagonistas. Estos son una parte esencial de la historia, no solo
porque rompan el hielo en algunas ocasiones y nos trasladen a ese mundo
imaginario, sino por la forma en la que son narrados y cambian con el paso del
tiempo.
Según los personajes
van evolucionando podemos ver cómo las escenas sexuales se van apagando, quizá
se narran con menos fuerza, con menos pasión, con una forma de describirlas sin
detalles. Este desarrollo tanto físico como mental de los protagonistas lo
traslada Follett a todas las partes del relato, lo que acaba dejando entrever
su talento a la hora de mantener todo al mismo nivel.
La opinión pública
condenada por la religión
Como aficionado a este
tema de la opinión de las personas, creo que no podría dejar de lado para este
repaso el gran elemento destacado de este libro. En efecto, la religión era un
pilar fundamental en la ciudad de Kingsbridge, y mucho más en la época de 1330,
cuando comienzan a suceder los hechos que se nos narran.
Esta forma de ver las
cosas, de temer a los demás, de pensar que solo son válidas las opiniones que
van a favor de la Iglesia, no son más que ejemplos de la Espiral del Silencio
que vemos actualmente. La sociedad, pese a parecer tremendamente atrasada con
respecto a la de siglos más tarde, no es más que un reflejo de lo que tenemos
hoy día, un sometimiento al resto por miedo a quedar apartados.
Desde las condenas por
herejía (concretamente el juicio a la señora loca en el derrumbamiento del
puente de madera de la ciudad) hasta la confianza ciega en colocar a un enfermo
de peste enfrente del altar y practicarles sangrías, solo podemos ver miedo en
las mentes de los que siguen esa doctrina. Es por ello por lo que si tuviera
que elegir a un protagonista de la historia, me quedaría con Caris, la única
capaz de hacer caer estos mitos y de no dejarse llevar, pese a llegar a ser la
mujer más importante de la ciudad en términos eclesiásticos, y, más tarde, en
términos generales.
Le daría un 10 a este
personaje, y un 9 a Merthin, ya que queda siempre detrás de ella, con una pena
tremenda, pero con un aire de superioridad extraño que hace sentirme alejado en
cuanto a personalidad por sus infidelidades (pese a que en ninguna de estas
ocasiones en las que las hace esté prometido con mujer alguna).
Dar al lector lo que
quiere
Me alegra terminar las
últimas páginas del libro viendo morir a aquellos que han roto el alma a los
protagonistas. Quizá sea por ese juego que violencia que Follett crea a lo
largo del relato, por esas injusticias que vemos que no deberían tener lugar en
este mundo ni en ningún otro. Siento especial devoción por este aspecto, pero
en concreto por una historia.
Al morir Godwyn creo
que el libro da un giro radical, quedándose huérfana la Iglesia, algo que
coloca a un personaje sin fuerza como es Philemon, que tan solo merodea por la
historia sin mucha confianza depositada sobre su figura. La religión comienza a
caer y es cuando Caris encuentra su verdadero poder en la ciudad. Al cambiar la
forma en la que Kingsbridge es vista, todo el relato se rompe, y se pasa a una
necesidad por parte del autor de recuperar la peste para así dar mayor fuerza a
los hechos.
Una tras otra, con eso
me quedo
Desde el primer
capítulo hasta pasado el 90, el lector podrá darse cuenta de que el título se
va haciendo cada vez más grande en su cabeza. Cada vez el mundo tiene menos
fin. No hay esperanzas en muchas de las ocasiones, y cuando se encuentra, solo
queda esperar a que alguien arruine todo.
A causa de ello, creo que
Ken se ve obligado a ir terminando con todos los que causan estas desigualdades,
lo cual no quiere decir que estas no sigan hasta el mismísimo final del libro,
cuando, en una imagen simbólica (quizá la mejor que he sentido en un libro
hasta el momento), los dos protagonistas dominan una ciudad que les pertenece
en opinión y riqueza. Sin embargo, para llegar hasta ese punto, se habrán
tenido que superar todo tipo de crueldades, de decesos, de escenas de pena y de
odio, pero también de bienestar, pues todas ellas se ven contrastadas entre sí
para terminar con un final no sorprendente, sino metafórico.
Esta novela ha sido la más larga que he leído, y no me
arrepiento de ello. Es el primer libro que he tenido el placer de disfrutar de
la mano de Follett, lo que me ha permitido percatarme de que es cierto que su éxito
se debe a su talento, y no a la fuerza de la industria cultural. Una obra
maestra que nos enseña que el mundo sigue sin tener fin, ya que todos los casos
pueden ser extrapolados, en su justa medida, a nuestros días.
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