Relato número 8: La libertad de los esclavos

'Cuanto más leía, más sabía. Cuanto más sabía, más odiaba la sociedad en la que vivía. Era como volver a ser un esclavo, un miembro de un campo de concentración pero sin llegar a morir. Tenía las herramientas para levantar todo lo que el mundo había asaltado, había derrumbado, y, por supuesto, había hecho trizas. Lo tenía porque leía.

El leer otorga saber, sí, pero dependiendo de lo que uno lea. Depende de si lees a Maquiavelo o si intentas comprender la intrahistoria que existe en la biografía de un personaje mediático sin formación. Aquel hombre sabía lo que leía, y, por ello, tenía lo adecuado como para hacer terminar todas esas inadecuadas pretensiones de consumismo del ser humano.

No era viejo, ni siquiera adulto, sino que era un simple adolescente, un chico que se había percatado de que tenía algo que podría hacer ver al resto las cosas de otra forma. Miraba a su alrededor y veía una sociedad consumida, metida en una burbuja sin salida, que creía que las preocupaciones eran el trabajo, el dinero, el tener, tener, tener...

Él también había sido así, de hecho, compraba muchos productos de las marcas más costosas y más importantes del momento, pero, paso a paso iba amainando su necesidad de consumir. Y es que, él tenía claro que cada vez que dejaba de comprar suponía una bajada de ingresos para la empresa en cuestión, pues no lo contaría a sus amigos, ni estos a los suyos, ni los suyos al resto. Si uno no consumía, probablemente, no consumirían 10. ¿Pero y si 100 no consumían? ¿O 1000? O peor aún, ¿y si no lo hacían millones de personas?

Todas esas cuestiones se le pasaban por su cabeza, que reflexionaba a cada instante sobre ello. Se percató de que si las personas leyeran y comprendieran que la felicidad no reside en el Tener, nadie compraría, ni nadie tendría. Cuanto más conocía, se daba cuenta de que peor veía a la sociedad que le rodeaba, de que más le asqueaba pertenecer a ella, pero, por desgracia, tenía que seguir siendo un componente.

Nada podría hacer mejorar eso que nunca avanzaría. Pocas personas habían modificado algo en la historia de la humanidad, y si lo habían conseguido era mediante la fuerza o la persuasión, no mediante el consenso de la población. Su idea rozaba la utopía, era casi equiparable a la infinidad de cuestiones que le surgen a un creyente sobre dónde se encuentra Dios cuando alguien querido muere.

Por miedo a caer, se retiró de sus tormentos, volviendo así a sumirse en su realidad, tranquila y apacible, fácil de comprender, preciosa por momentos. Sabía que no tenía arreglo, pues estaba aceptando el consenso social, siendo parte del resto, por miedo a quedar excluido, como decía el bueno de Tocqueville.

Estaba pagando unas zapatillas de 160 euros con un teléfono de 1300, mientras esperaba a su chica, que llevaba varias bolsas colgadas del brazo. Era triste, pero era cierto. Era real. Es real.'

Trevor entendió el mensaje. Él defendía que si la población consiguiera prestar más atención a lo que debe y menos a lo que no, tal vez, volveríamos a la lucidez de los griegos. Sin embargo, comprendía perfectamente que todo ello eran simples pensamientos, simples sueños de un adolescente que ya había conocido antes, ya que solo el pensamiento inocente se libra de la libertad de los esclavos.

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