Relato número 5: 'Cancerberos'

«'No pasarás', le decía el cancerbero al caballero de armadura todavía joven. Un curtido guardapuertas de tamaño más reducido justificaba sus órdenes a su lado. Nadie pasaría aquel día, nadie que no complaciese a aquel cancerbero, hijo de otros cancerberos, a su vez criados por otros cancerberos.

Pobre caballero aquel que tuvo que abandonar su estancia, su lecho más feliz aquella noche de niebla aturdida en la que nada más que mentira en el cielo se veía. Aquel no era su destino, pues había trabajado tanto por haber pasado aquella puerta que incluso había dejado de lado a sus seres más queridos. El sino de este había sido, cuanto menos, penoso, todo por un simple cancerbero que, solo por ostentar más que él, decidió privarle de sobrepasarlo en otro punto más de su vida.

Como todo cancerbero, lucía ropajes de estos. Cicatrices de batallas inútiles por el populacho cubrían su cuerpo deshilachado. Los años no habían pasado en vano para este representante de la corte más convenida de por aquel entonces. Parecía ser mejor que el resto, solo porque su coraza era dorada y su arma brillaba como el mismísimo platino, pero era uno más, era incluso menos que aquel caballero.

Aquella noche la suerte no fue de la mano de este pobre enviado por parte de otros extranjeros, de pueblos de fuera de la ciudad que, ante todo, deseaban que este les informase de los encuentros entre otros caballeros. Sus aspiraciones en la vida eran claras: pese a ser menos que otros, trabajaba cada día por conseguir un trabajo mejor. Estudiaba lo que era necesario para comprender los problemas que había en la vida real, y, si era necesario, incluso ponía en práctica sus dotes de sabiduría, eso sí, siempre y cuando no tuviera que ocuparse de la compañía de aquella a la que más amaba.

Abandonada, triste, sin nadie, la chica pasó aquella noche en su lugar de residencia. Este había partido a sitios a los que solo los amantes de disputas entre guerreros acudirían. Pocos harían caso a ese llamamiento de guerra que habían dado unos cancerberos, sin embargo, él, comunicador de nacimiento, fue enviado para hacer seguimiento de las nuevas de aquella ubicación imprecisa y a la vez conocida.

Portaba una tabla en la que escribir lo que ocurriese para luego contarlo al público de su ciudad, pero ni siquiera el llevar material de inteligencia superior le permitió que aquel cancerbero sin corazón le dejase pasar. Las razones pudieron ser infinitas, casi inalcanzables para aquel que quisiera comprenderlas.

Nadie tuvo en cuenta aquel episodio. Nadie en la ciudad en la que vivía conoció las batallas entre guerreros. Tampoco el lugar se llenó. En un aire de compañerismo con el caballero, el populacho de la villa dejó pasar de lado aquel evento minoritario que había sido organizado para cubrir los gastos de los gladiadores.

Si aquel caballero quería trasladas ciertas nuevas, mejor debería haberse marchado a algún otro lugar.»

Trevor se sorprendió de lo acontecido en aquella historia clásica. Habían ocurrido ya una enorme cantidad de años, pero perfectamente podría ser algo que sucediese en nuestro día a día.

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