Relatos de nuestra vida: "Felicidades, Dolores"

Dolores y yo hace mucho tiempo. Fuente: Archivo personal.  

Si pudiera recordar cada instante, diferenciarlo. Al menos, separar lo cierto de lo inventado, de lo imaginado, de lo idealizado. Si pudiera conseguir dicho milagro del cerebro humano sin duda alguna lo principal que buscaría sería el primer día que te miré a los ojos.

            Del último ya me acuerdo. A pesar de que estuvieras cubierta por una madera.

            Lo cierto es que escribir esto no duele. Contarte algo que no leerás no me produce tristeza, ni un ápice de desilusión o de desasosiego. Creo. Lo que me causa es una sensación de que sigues aquí, de que puedo verte, escucharte cantar canciones que no sé qué dicen o ver tu sonrisa. Al menos durante segundos. Ligeramente, como si se desvaneciera. Dicho de otra forma, te siento cerca en cada tecleo.

            Rememoro aquellos días como nimios. Como parte de algo que debería ser negativo, pero que no llegó a serlo. Te sorprenderá, pero no causaste lágrimas en mí cuando te fuiste. Entre otras cosas porque sé que nunca querrías que llorara por verte metida en una caja de pino. Al contrario de eso, lo único que hice, o pude hacer, fue coger un permanente y tatuar en la madera de mi estantería la frase que te definía, la frase que te hizo ser siempre. Aquello que me susurraste aquella tarde de julio del año 2014 cuando me había torcido el tobillo. Eso de los periódicos era difícil, te dije. “Que nadie te diga que no puedes”, me contestaste.

            Si alguna vez la lío parda en ese gremio será por esas palabras.

            Sin embargo, lo que hoy intento darte no son las gracias. Ni mucho menos. Eso te lo doy cada día en el que me siento destrozado, deprimido, hecho mierda. Hoy te felicito. Te felicito por ver a tus 25 años estallar Nagasaki un día como hoy. Por a los 50 comerte una dictadura. Por a los 75 ver a tu familia feliz. Y por a los 100 ser eterna en nuestros corazones.

            Y es que si algo te debemos cada uno/a de los que estamos hoy sobreviviendo a una pandemia es que nos dieras lo único que tenías. Y que nos lo hicieras sentir dentro de nosotros/as. No dinero. No, nada de eso. Esperanza.  

            Esperanza de que, aunque veamos que estamos solos en la vida, tenemos que seguir. Esperanza de que, pese a que todo se tuerza, hay una posibilidad más. Que no, que no podemos rendirnos y dejarnos comer por lo que nos rodea, porque ese no es nuestro fin. Siempre hay una salida. Siempre la hay. Siempre la hubo. En 1920 y en 2020.

            Durante 100 años la ha habido. Y durante 100 más la habrá. Eso lo sabemos gracias a ti. Gracias a que nos lo demostraste con sangre, sudor y sin dejar caer una lágrima. Ni una. Al contrario, limpiándolas de nuestros ojos para que siguiéramos.

            Para que lo diéramos todo. Siempre. Incluso cuando el ataúd rasgue el suelo y nos sellen el nicho.

            Felicidades por eso, y por tu cumple, abuela Dolores. Vas ya para vieja.

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