Relatos de nuestra vida: Cuando no os olvidé
Guitarra protagonista de la historia. - Fuente: Archivo personal.
''Mientras la noche caía sobre las colinas ya derribadas de una
ciudad de la costa, la cantera, con su acústica descubierta por un señor que,
apasionado por la música, terminó abusando de mujeres, relucía. Brillaba como
cada día de verano de aquel año en el que nos tocaba tocar, en el que nos
veíamos casi obligados a montar un escenario que nos llevase a hacer historia.
Íbamos por el
camino, por la carretera que nos dirigía hacia el punto exacto en el que
disfrutarían cientos de personas que, a priori, quizá no nos conocían. Yo, como
siempre, llevaba la 'Strato' del 94 puesta sobre mi regazo, apoyada, reposando
permitiéndole descansar para que luego pudiera disfrutar de lo que se le
vendría encima. La luz caía paso a paso. No actuábamos hasta pasadas las 10 y
media de la noche de aquel sábado estelar en el que se llenaría el auditorio.
El conductor
continuaba su travesía con tranquilidad. Después de haber partido desde la
capital del país, se hacía un poco pesado el viaje, pero un libro ayudó a
amenizarlo, me cambió la perspectiva en cierto modo. Pese a la psicopatía en la
que se introducía, y pese a que narrase la historia de una mujer cuya
desesperación la hubiera llevado a matar, me distrajo. Me dolió la forma en la
que estaba escrito, en la que había sido cerrado, y me produjo cierto malestar
el conocer que, además de ello, el tipo de había forrado tremendamente. Pero
bueno, mejor para él. A mí el dinero, me daba igual.
Me dio igual.
Eso decían. Eso me dijeron. Eso quisieron decirme. Y es que, lo que allí
ocurrió, básicamente no lo recuerdo. Lo que era, tampoco. No sé si soy Alberto,
Manuel, Juan o Víctor, ni siquiera si sigo existiendo cada mañana en la que me
levanto. Solo ahora, cuando te dicto a ti, Bella, quien dices ser mi novia
desde hace 10 años, creo que soy capaz de volver a entender algo, pero no
demasiado.
Creo que sí,
que perdí algo de cerebro, o a lo mejor todo, pero de lo que me he asegurado
desde que puedo recordar algo es de que estoy en proceso de mejora. Eso me lo
dice el médico. Me lo dijo hace un rato, y no sé si mentirá o no, porque no
entiendo lo que son las mentiras si no sé cómo se miente. Al menos, de hablar
me acuerdo, porque, según me has dicho tú, Bella, las palabras nunca se
olvidan, y menos las palabras que comunican algo.
Tampoco
olvido los sentimientos. No soy capaz de dejar de llorar cuando veo algo triste
en la pantalla que dices que enseña cosas que todas las personas ven. No puedo dejar
de lado otras cosas como la felicidad cuando aparecen personas que dicen ser mi
familia, aunque no las conozca. Según me dijo el médico, si dicen que son
familia, tengo que hacerles caso, porque así lo son.
Sin embargo,
hay algo dentro de mí que me produce un malestar tremendo, que me rompe en dos.
Hay sensaciones que me matan. No sé cuáles son. A veces me pregunto qué
sucedió, una y otra vez, a pesar de que Bella, tú, me lo hayas recordado, y de
que el médico me haya destacado mil veces que nosotros éramos grandes, que encendíamos
el escenario, que cantábamos esto y aquello. Pero no, no doy con ellas.
No doy con
ellas ni creo que dé. Por eso, Bella, te dicto esto. Para que lo grabes con el
teléfono, para que lo escribas, para que le enseñes al mundo mi historia,
porque parece ser que ellos sí que me conocen según me han dicho, para que me
ayuden a comprender los entresijos de esta existencia impura que creo que puedo
tener''.
Con la noche bañando la sala, dos semanas después de la muerte
de dos de los miembros del grupo, ‘Mist’, como era apodado, se despertó. Estaba
completamente empapado en sudor. No sabía siquiera qué hacía con su cuerpo. A
su lado se encontraba Bella, dormida en la cama contigua de la sala del
hospital. Unas fotos de sus compañeros lo acompañaban, y al pie de ellas,
debajo de la mesa, algo metido en una funda rígida destacaba por encima de
todo.
Se preguntó
qué era, por qué estaba allí. Bajó de la camilla, ignorando las recomendaciones
de la enfermera, que le había reiterado una y mil veces que no lo hiciera.
‘Mist’ abrió la extraña caja negra, y se encontró con algo que trató de
recordar qué era. Tenía una serie de líneas fijas, seis concretamente. Una
forma como ovalada, y un palo que sobresalía. Al pasar la mano sobre el
artefacto, sonó, y su cerebro se iluminó repentinamente.
Sacó aquella
guitarra roja de lo que la envolvía. Cientos de dedicatorias cubrían su
alrededor. Se la colocó sobre sus piernas y rasgueó. Sintió cómo el cerebro se
estimulaba de una forma que no había podido imaginar en el tiempo que llevaba
en cama. Recordó algo, y sus dedos se movieron con soltura, emulando notas
sueltas.
Lo que al
principio fueron pruebas se convirtieron en notas. Cero, cero, uno, dos a primera
cuerda, dos en la segunda, dos en la primera, luego al uno, luego al cero.
Rompió con un riff que quebró la habitación que le hizo volver a aquel lugar
del que no debería haberse marchado.
Repentinamente,
un flash copó su escena. El retrato de sí mismo montado en aquella furgoneta
negra en la que se disponían a emprender el viaje hacia la costa para su
concierto fue el protagonista. Los colores del lienzo se encontraban borrosos,
y costaba verlos. En cambio, lo único que resaltaba era lo que había dentro de
aquella funda oscura, la cual, al abrirla, iluminó, como en la película de Schindler, con un rojo intenso los
pálidos recuerdos.
Bella se
despertó. Las lágrimas brotaron de sus mejillas. Encendió la grabadora y
continuó escuchándole, en silencio, hasta que el doctor llegó y comenzó a
aplaudir.
‘‘Así es.
Jamás el cerebro olvida sus sentimientos. Ni su música’’.
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