Historias del periodismo: ''Fue mi gran noche, Raphael''

Raphael junto a su magnífica orquesta malagueña en el Starlite 2019 - Fuente: Archivo personal. 

No sé en cuántas crónicas podrán haber titulado de esta misma forma. Quizá cientos, quizá miles. Yo, para no repetir ni copiar lo que otros hacen o han hecho ya, lo he puesto también. Viene siendo costumbre copiar, hacer trampas en esto del periodismo, o pretender que no te descubran mientras las haces. Por suerte, todavía quedan 'locos de la pradera', que podrían llamarse, que los sábados se van de 'juerga' a los festivales y se llenan de orgullo y satisfacción, como el rey, con alcohol de alto voltaje. Esos no copian.

Y luego estamos los otros. Los que estamos 'locos de la pradera', pero por contarlo. Estamos los que nos subimos al escenario para darlo todo detrás del objetivo, haciendo de nuestra carrera un Ultra Trail, parecido al de Sierra Nevada, pero donde ni hay salida ni hay meta. Sí, los que nos mola vivir el periodismo, aunque sea pagando para ello.

Puedo decir que formo parte de ese selecto grupo en el que solo encasillo a varias personas de mi alrededor. Yo los llamo los 'locos de Kapuscinski'. Los apodo así porque están completamente tarados, y no tienen apenas un segundo para respirar cuando ya se han metido en algo más. Esos locos sienten el oficio, pero, por desgracia, tienen poco que recibir a cambio o que contar en las condiciones adecuadas porque la maldición del periodismo todavía no les ha dejado acceder a sus entrañas para que la devoren.

Yo, como serpiente de verano donde las haya, trato de entrar en muchas de las ocasiones en aquella maldición. A veces, me sale regular, como me ocurrió con Rod Stewart en Fuengirola el 3 de julio, y, a veces, me sale bien. La noche del 27 de julio me salió tal y como había planeado. Bueno, como había creído que podría planearla.

Llegar al Starlite nunca fue sencillo, y si no que se lo digan a mi coche. Hay ocasiones en que los aparatos no dan más de sí, y las cuatro ruedas no dieron para más tiempo que una hora circulando por la Autovía del Mediterráneo. Con el objetivo de estar allí a las 21:00 para recoger las acreditaciones con antelación (el límite de recogida era a las 21:30), salí de casa a las 20:10. Conduje sin sobrepasar límite alguno (de verdad), y me propuse atender al programa de radio todo lo que pude, hasta que terminé por quitarla después de escuchar tantas y tantas quejas acerca del señor del traje y el de la cola.

Y, entre tanto, sin esperarme nada de lo que allí podría ocurrir, acabé llegando a la puerta de entrada a las 21:10. Había tantos coches que podríamos decir que la reunión era de cuatro latas, en lugar de cuatro cantantes. La expectación que había creado un señor que lleva casi 60 años con el micrófono pegado a sus labios fue colosal. Tan solo en una ocasión había visto algo igual, y para ello tenía que remontarme al gol de Iniesta. El caso es que di unas cuentas vueltas, hasta que, quedando escasos 15 minutos para las y media, pregunté desesperado si algún alma caritativa había pensado en la prensa y les había guardado un sitio, porque, de momento, o aparcaba sobre otro vehículo, o no aparcaba.

Raphael canta a los cielos de Marbella en el Starlite 2019. - Fuente: Archivo personal. 

Obra de los milagros santísimos o de quien quiera que haga milagros cuando le parezca adecuado hacerlos, un encargado me indicó que el parking de los VIPS era para nosotros. ¿VIPS? ¿Los periodistas? Alabado sea el organizador. Después de aparcar a 2 kilómetros y medio en Torre del Mar y Fuengirola en las últimas fotos tiradas para festivales, ahora, por arte de la santísima magia obradora de milagros, teníamos un sitio reservado. Y, como no, cuando uno tiene algo, no se percata de que debe cogerlo al instante.

Yo, sin darme cuenta, me pasé el aparcamiento, y la broma me costó dar la vuelta en una tremenda caravana que rodeaba el perímetro del Parque Nagüeles. Allí, en las canteras devastadas, acondicionadas para el disfrute del humano, anduve contaminando con un remordimiento que me revolvió el estómago hasta el punto de decidir irme a casa. Eran las 21:28, y en el último cruce, tomé la definitiva salida hacia escenario, volviendo y aparcando donde los VIPS, y saliendo por patas hacia la taquilla. Digamos que pasamos en cuestión de segundos de estar en casa leyendo Drácula de Bram Stoker a ver a Raphael sobre el visor de la 3300.

A partir de ese instante, todo fue a pedir de boca. Tuve la enorme suerte de poder ser incluso llevado hasta arriba sin esperar la cola, ya que un chico de la empresa patrocinadora de vehículos consideró que el pobre chaval periodista no debía quedarse sin acreditación. Subí hasta el punto de los redactores, los cámaras, los encargados de televisión, y me coloqué donde la barra de los palcos se situaba. De allí no me moví ni siquiera para ir al servicio, y me mantuve firme durante la hora y media en la que disfruté de canciones que no conocía.

Bueno, en realidad sí que me sonaban un par. Aquella de ''yo soy aquel'', y la clásica de ''mi gran noche''. Con esta última me sentí identificado. Menuda gran noche. Menuda historia que contar. Y menudos 7 euros y medio que debí pagar en el peaje por no saber que coger la autovía de la AP-7 no es gratis. Ahí ya, hasta los periodistas pagan. No siempre podemos ser VIPS.

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