Eurovisión 2019: ''El himno ciego sobre las tumbas''


Fotografía de la ganadora de Eurovisión el pasado año y una venda sobre el ordenador. - Archivo personal. 

La música trasciende fronteras. Traspasa los límites marcados por la geopolítica internacional y se adentra en los lugares más inhóspitos del planeta. Es internacional. La música es el perfecto símbolo de hermanamiento de culturas, la unión de los que son y no son privilegiados en la sociedad, la armonía de aquellos que poseen un talento innato y los que no llegamos a desarrollarlo en ningún momento de nuestra existencia. Eso, al menos, es lo que nos han contado que es la música: un símbolo, una pertenencia, un agrupamiento, una mentira.

Sí, tal y como cantaba Steven Tyler en aquel tema de Aerosmith, parece ser que somos unos Blind Man (hombres ciegos). Somos hombres, y también mujeres, ciegos en este mundo, que solo se centran en defender una cultura apisonadora con cuyo consumismo de estupefacientes en forma de camisetas de la marca X vive de la renta. Así se demuestra cada día en este mundo en el que el dolor de palia con una canción de los reproductores de Internet, o con un pedido en la multinacional que explota a sus trabajadores. Así, y sin más preguntas, sin cuestionar nada más.

De esta forma, el hombre blanco se coloca cada noche de mediados de mayo, ese sábado maldito en el que las votaciones de la celebración política consiguen poner frente a las pantallas a 200 millones de personas. Ni la Super Bowl. Celebrar esa unión ideológica, ese hermanamiento al que me refería al inicio, es su objetivo principal. Limpiar nuestra cabeza de preocupaciones y que nos divirtamos mientras cantan y danzan sobre las tumbas de Tel Aviv es el secundario.

Al estilo de una campaña publicitaria, Eurovisión ha tocado fondo, y sabe perfectamente que tiene que demostrar que es compañera de la igualdad. Es por ello por lo que se ha integrado a un participante que no pertenece a Europa, que ganó el pasado año con una canción en contra del Bullying, paradójicamente, cuando Israel, cuanto menos, ha acosado psicológica y humanamente a todo un pueblo al completo. A familias, a uniones, de hermanamientos, a unos palestinos que hoy yacen enterrados bajo el escenario de la victoria de la supremacía europeísta y el dominio impuesto por nosotros: los que seguimos consumiendo.

Y es que no podemos olvidar que los máximos culpables somos los que vamos detrás de ese carro, partiéndonos cada mañana la espalda para conseguir un sueldo y gastando ese dinero en la tarde en adquirir productos que servirán para saciar nuestra infelicidad. No podemos olvidar que somos nosotros los que hoy nos sentaremos ante la pantalla que nos dirige y disfrutaremos, sonreiremos, nos quitaremos las vendas con el español y pensaremos que, otro año más, por extraño que parezca, gana un país que no tiene sentido que lo haga. Nos enfadaremos porque Francia no nos dará los 12, criticaremos a Andorra por darnos solo 10, y veremos que los nuevos países ‘europeístas’ triunfarán. Incluso, confirmaremos la paradoja que el ‘Pequeño Nicolás’ inventó, porque Australia pertenecerá a Europa.

Seremos parte de ello, nos guste o no. Al menos, como conjunto social, porque personas como la que escribe se niegan a serlo. No iría a ver un concierto a un cementerio, ni a un campo de concentración, ni a uno de batalla. Iría a un lugar donde no hubiera sangre derramada, donde supiera que lo que veo es música y no una mentira. Sin embargo, seguimos estando ciegos, seguimos creyendo que todo es un juego, y que esto no importa porque ya ha pasado o está a miles de kilómetros de nuestro hogar con palomitas y patatas para Eurovisión.

Una vez más, podemos decir, tal y como dijo Tyler, que somos hombres ciegos. Bueno, personas, porque todos y todas, cuando suene el himno del que se lleve la victoria, estaremos seguros de que, un año más, hemos vuelto a ser engañados. Esta vez, sobre tumbas, sobre miedo. Esta vez, como ciegos. Eso sí, sin vendas, porque estas, parece ser que ya han caído. O eso creen. 

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