Historias del periodismo: ''El día que nos besamos para celebrar las bombas''


La fotografía de Times Square desde las dos perspectivas de los fotógrafos. 


‘‘Todos han muerto. Todos los que debían morir lo han hecho. Todos los que desearon la muerte a personas inocentes han terminado como debían. Aquellos que se suicidaban, que se lanzaban al vacío con tal de acabar con nuestras vidas, se han ido. Hoy es un gran día. 

El ocho de agosto de 1945 será recordado por todos como el mayor logro en la historia de los Estados Unidos de América. No hace ni siquiera veinticuatro horas de que acabamos con el enemigo de nuestra nación, con Japón. Las nuevas armas nucleares ideadas por el gobierno del país hicieron que firmasen la paz, y, con ella, nuestra libertad. Tan solo queda media hora para llegar a puerto, pero parece que este viaje no puede tener fin.

Llevamos embarcados en esta guerra desde hace años. Llevamos desde antes de que existiera. Nos duelen los brazos, las piernas, el cerebro, el alma. Esta guerra nos ha dejado marcados a todos y cada uno de nosotros. Desde el frente que combatió en Europa hasta los marineros que lo hicimos en el Pacífico, todos, absolutamente todos, descubrimos que esta era un completo sinsentido, pero que debíamos ganar a toda costa.

Nada podrá dañar el orgullo de un americano que vio morir a sus compañeros, a personas que podrían haber trabajado algún día conmigo en Pearl Harbor y que no lo hicieron porque unos asiáticos los reventaron con metralla. Jamás América caerá, y este día es el mejor ejemplo de ello’’.


‘‘Ella sigue mirándome con esa cara que debería machacar. Estoy harta de que continúe entrometiéndose en las curas cuando no tiene ni idea de odontología. Llevamos años recuperando a heridos de guerra, a todo aquel que llega magullado, a todo aquel que nos narra las historias devastadoras del régimen nazi en Europa. Soy capaz de resistir a cualquier cosa, pero no quiero seguir con este calvario más tiempo.

Estados Unidos ha lanzado dos bombas jamás vistas en la zona de Japón, lo sé porque siempre tenemos la radio puesta en nuestro establecimiento para no oír a los pacientes gritar. Hace una semana dijeron que querían realizarlo ese mismo día, y, más tarde, se confirmó. No podremos ver jamás cuáles han sido las consecuencias, pero seguro que son suficientes como para que todo esto termine, como para que la historia tenga un punto final’’.

-          - Última hora. El presidente de los Estados Unidos de América declara el final de la guerra. Su discurso comienza. La guerra ha terminado.


‘‘Había tantas personas que ni siquiera sabría reconocer si eran muñecos o seres humanos. Las veíamos desde fuera de la cafetería en la que compartíamos todos este momento. Tantas almas juntas vitoreando un evento solo las había visto en una ocasión, y era en mis sueños, celebrando este momento. Por fin teníamos la paz y algo más importante: el liderazgo del mundo.

Mi compañero me comentó que esa noche lo estaba esperando su novia después de dos años. Al parecer, la chica le escribía cartas subidas de tono y él sabía que la vería desnuda en su cuarto, esperándole con ansia. La mayoría de los marineros tenían la enorme suerte de haberse emparejado antes del conflicto, por lo que podían disponer de alguien con quien pasar tiempo a solas tras esta desesperación vivida.

Por desgracia, yo nunca fui agraciado en ese sentido, nunca tuve suerte en el amor. Mi última chica me dio de lado meses antes de que me llamasen a filas, y el resto de mujeres no habían querido seguir junto a mí demasiado tiempo. Siempre deseé con todas mis fuerzas que el amor surgiera de la nada. Siempre deseé dar un beso a la primera chica que viera.

Hoy es el día más grande en la historia de mi vida, el más grande para todos nosotros. Quiero celebrarlo con alguien que sea bella por dentro y por fuera. Quiero celebrarlo hablando a alguna mujer que pueda comprender mi alegría por nuestro país, y que sienta lo que yo siento’’.


‘‘Miles de personas abarrotaron Times Square en cuestión de segundos. No había hueco para más neoyorquinos a la vuelta de diez minutos. Padres de familia con sus hijos a los hombros corrían a toda velocidad hacia todas partes. Entonces yo los imité. Vi al otro lado de la calle a Thomas, el dueño de la panadería de al lado de mi casa, y quise abrazarle.

Noté un brazo que se agarraba mí. Me agarró por las manos muy muy fuerte. Me miró a los ojos y me dijo que era preciosa, que me amaba y que deseaba besarme. Tomó mi cuello, lo rodeó con los enormes brazos que tenía y acercó sus labios a los míos’’.


‘‘Ni siquiera lo pensé. La novia de mi amigo llegó al bar en el que estábamos y empezaron a besarse enérgicamente. Yo salí a la calle y vi la gran multitud que seguía aumentando. Quería vivir eso mismo que ellos estaban sintiendo, quería ser como mi amigo y su novia. Quería eso y que eso mismo quedase en el recuerdo eterno.

La vi y me enamoré por completo. Ese atuendo de enfermera me volvió absolutamente loco. Era preciosa. Era un auténtico diamante salido de la nada. Era el regalo perfecto a tanto sacrificio bélico. Sabía que era ella lo que me había esperado durante tanto tiempo.

No tardé en reaccionar, ni siquiera lo pensé. La tomé y la besé. Sabía que ella aceptaría, porque el vínculo nos había unido. Nuestros corazones ya estaban unidos desde antes. Nuestros corazones ya se habían conocido antes que nosotros. Solo con rozarla ya supe que estaba enamorado.

Para mí esos segundos fueron como toda una vida que pasó por delante de mis ojos. Mis sentidos se concentraron en ese instante maravilloso en el que descubrí lo que era ser feliz y saber que lo eres. Estar enamorado y saber que lo estás. Entre tanto griterío escuché a personas que exclamaban palabras aleatorias, de alegría, y que, cuando levanté la cabeza, vi a nuestro alrededor, congregados. La mayoría se tapaba la boca, otros aplaudían, y dos señores con cámara en el cuello se acababan de levantar del suelo. Habían permanecido allí de rodillas esos segundos’’.

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